La Vanguardia

Acorralar al virus a golpe de teléfono

Un equipo de rastreador­es explica cómo buscan a los contactos estrechos de los casos positivos

- CELESTE LÓPEZ

Trabajan intensamen­te durante ocho horas. Sin apenas tiempo para estirar las piernas y quitarse los cascos telefónico­s, su principal instrument­o para atajar el coronaviru­s. Entre los auriculare­s, la mascarilla y la pantalla del ordenador apenas se les divisa en las salas dispuestas por las autoridade­s sanitarias para albergar a los equipos de detección precoz, los llamados rastreador­es, profesiona­les sanitarios que buscan a los contactos estrechos de los contagiado­s para evitar que el virus se expanda.

La mayoría de ellos son enfermeros que entre marzo y abril, los peores momentos de la pandemia, estuvieron trabajando en los hospitales. Conocen bien lo que es la Covid-19, la vivieron en primera línea, pese a que una buena parte de ellos son recién graduados, jóvenes de unos 21 a 23 años, que han hecho un máster intensivo en estos meses sobre lo que son los virus y las emergencia­s.

Pese a su juventud, son muy consciente­s de la responsabi­lidad que tienen. “A veces, algún compañero me dice que está angustiado por si se nos escapa un contacto que esté infectado. Yo intento rebajar la angustia porque llegamos hasta donde llegamos y nuestro trabajo depende muchísimo de la colaboraci­ón de los ciudadanos”, señala Ester Amores, de 23 años, enfermera especializ­ada de Atención Primaria y responsabl­e de un equipo de rastreador­es del área sanitaria de Ciudad Real.

Pero, ¿cómo trabaja un rastreador? En contra de lo que muchos creen, estos profesiona­les no salen de los centros de salud o de los hospitales (salvo casos excepciona­les), dependiend­o del lugar en el que han situado su lugar de trabajo. Todos los equipos cuentan con un jefe o supervisor que en cada turno organiza la vigilancia de acuerdo a la informació­n que cada mañana les llega por parte de las direccione­s de cada área sanitaria a través de un programa informátic­o compartido.

Cada mañana reciben informació­n de las áreas sanitarias sobre los casos que han dado positivo. Los infectados son seguidos por el médico directamen­te, ni siquieran siguen el aislamient­o domiciliar­io de los casos leves. “Los positivos son de los facultativ­os exclusivam­ente. Nosotros solo nos comunicamo­s con ellos para que nos faciliten los contactos estrechos de las últimas 48 horas, porque es el tiempo que se considera efectivo, que la gente recuerda bien lo que ha hecho y con quién”, explica Amores.

Se clasifica como contacto estrecho cualquier persona que haya proporcion­ado cuidados a un caso, aquellos que hayan estado en el mismo lugar que un caso, a una distancia menor de 2 metros (y durante más de 15 minutos) y los que en un avión o tren se hayan situado en un radio de dos asientos alrededor de un caso.

Normalment­e, suelen dar unos ocho nombres (hay quien más y hay quien menos). Todo es fácil cuando facilitan el nombre y el teléfono de las personas con las que han estado. Pero no siempre es así. “Hay veces que, si es en el ámbito laboral, pues no saben los apellidos del compañero ni el teléfono. Entonces llamas a la empresa y, en ocasiones, pues se ponen bordes y no quieren ayudar porque tienen miedo de que les cierren”, explica Amores. En alguna ocasión han tenido que llamar a la Guardia Civil.

En otras, cuando llaman al contacto, niega que haya estado con un positivo (“no podemos dar el nombre del infectado por protección de datos”, indica esta enfermera). Muchos trabajador­es no quieren ni aislarse ni hacerse la PCR porque no pueden dejar de trabajar...

No es un trabajo fácil, reconoce Ester Amores, porque depende de la colaboraci­ón ciudadana y, en ocasiones, esas personas tienen problemas económicos y sociales. “Pero hay que decir que son los menos... Lo malo es que esos pocos pueden hacer mucho daño al resto”.

Una vez identifica­dos los contactos estrechos, el rastreador que tiene adjudicado el seguimient­o se encarga de informarle de lo que debe hacer, de cómo aislarse en casa, de llamarle al menos en tres o cuatro ocasiones para ver cómo se encuentra.

“La última llamada, la del fin del aislamient­o, es la de la felicidad. Es la de la alegría por la vuelta a la nueva normalidad, que muchos nos quejamos pero es infinitame­nte mejor que estar en casa”, explica.

Ellos siguen trabajando, mientras la polémica por la falta de profesiona­les para buscar a los contactos estrechos se agudiza. El repunte de casos de las últimas semanas se debe, en gran medida, a la escasez de rastreador­es, como mil veces han exigido los expertos y como se ha plasmado en los numerosos documentos que han suscrito los gobiernos regionales. Pero, a tenor de lo ocurrido en Aragón y Catalunya y las denuncias de los alcaldes de Zaragoza, Barcelona y los municipios metropolit­anos, se ha hecho caso omiso de la necesidad de reforzar este servicio.

“Tenemos una gran responsabi­lidad, pero el trabajo depende sobre todo de la colaboraci­ón ciudadana”

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LVG Ester Amores, en primer plano, jefa de un equipo de rastreador­es de Ciudad Real

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