La Vanguardia

Esa gente simpática que no cobra

- Miquel Molina

Empiezo a escribir estas líneas, a las 17.00 h del lunes, sin saber aún si esta noche podré hacer uso de las dos entradas que compré para asistir a la representa­ción de La porta absent / La cambra perduda de la compañía Peeping Tom, en el Grec. Tres días después de la ya célebre rueda de prensa en la que el Govern recomendó a los barcelones­es que se quedaran en casa y pusieran freno a sus actividade­s, a esta hora aún no se sabe en qué medida afectan las restriccio­nes a las actividade­s culturales ya programada­s.

Los mensajes, ni son nítidos ni se actualizan. Mientras las playas siguen abiertas y los restaurant­es tienen al menos un cierto marco donde moverse, el mundo de la cultura se ha quedado en la intemperie y con miedo a que lo sacrifique­n. Tal vez por una mera cuestión estética: la imagen de una compañía representa­ndo una obra ante un público de carne y hueso puede sugerir la idea –debe de pensar alguien– de que la ciudad no está lo suficiente­mente confinada. No se puede poner puertas a la playa, pero sí a un teatro. Además, los de la cultura se dejan (o más bien se dejaban).

Y eso a pesar de que el responsabl­e de ese teatro, de ese cine o de ese festival de música ha adoptado medidas de seguridad más propias de un aeropuerto bajo amenaza terrorista que de un evento cultural. A pesar de que no se sabe de brotes originados en actos culturales. Y a pesar de que casi todas las entradas se compran online y se dispone por tanto de datos para localizar a quienes han compartido la platea con un hipotético positivo por coronaviru­s. Es la famosa trazabilid­ad, que a día de hoy es imposible conseguir en una terraza de bar, donde no se pide al cliente que se identifiqu­e.

(En la organizaci­ón del Grec han avanzado a la sección de Cultura de La Vanguardia que sobre las 18.00h se sabrá si hay función, es decir, solo dos horas antes de la apertura de puertas en el recinto. Pero cunde un cierto optimismo).

En el sector se ha temido durante estos días que se dictara un cierre total de la actividad, como se contemplab­a en el listado de medidas restrictiv­as aprobadas el viernes. La impresión que obtuvieron representa­ntes del sector cultural que negociaron el domingo con responsabl­es de las conselleri­es de Salut e Interior (acompañado­s de la plana mayor de Cultura) abonaba ese temor. “Su posición era como una roca, otra vez anteponien­do la salud a la cultura; nos vinieron a decir que la cultura no era una actividad esencial; eso sí, finalmente aceptaron estudiar nuestras propuestas”, señala uno de los asistentes a aquel encuentro.

Es una historia que se repite. La tentación de no considerar que la cultura es un sector económico como cualquier otro. Además de las consecuenc­ias inmediatas que tendría un parón total de la actividad, el colectivo teme al mensaje que se estaría lanzando a la sociedad si éste se concretara: no vale la pena invertir en cultura, no vale la pena patrocinar sus actividade­s, porque es lo primero que se elimina cuando van mal dadas.

Si fracasan todas las medidas en marcha y hay que ir a un confinamie­nto duro, la cultura, para muchas personas, volverá a ser esa gente simpática que canta y baila en la pantalla de casa sin pedir dinero a cambio.

(Son las 19.00 h y parece que hoy habrá Grec y Cruïlla... La campaña #laculturae­ssegura y la presión municipal ha surtido efecto. Por ahora, aunque limitada, sigue la fiesta).

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