La Vanguardia

Laberintos varios

- JOAQUIM NOGUERO

La puerta ausente / La habitación perdida

Dirección: G. Carrizo, F. Chartier Interpreta­ción: Konan Dayot, Fons Dhossche, Lauren Langlois, Panos Malactos, A. Moya, Fanny Sage, Eliana Stragapede, Wan-lun Yu

Lugar y fecha: Teatre Grec (19/ VII/2020).

Domingo por la noche el díptico de Peeping Tom se vivió como una especie de despedida. Algunos espectador­es alzaron carteles con el lema “la cultura es segura”. Y hubo aplausos con cualquier excusa, incluso para celebrar la eficacia y la elegancia de cuando, entre ambas piezas, la compañía se había ocupado en directo del cambio de escenograf­ía. Una espectador­a recién llegada de Madrid se lamentaba de un cierre que no se entiende. Uno puede apelotonar­se en un avión, pero luego se duda de un festival que sigue rutinas modélicas de seguridad, con la gente paciente y respetuosa ante los lentos protocolos de entrada y salida. Nada que ver con lo que vemos en otros espacios. Es como si la impresión de extrañeza que tan bien sabe comunicar Peeping Tom se hubiera extendido más allá de la ficción. Pero la gente respondía animosa: minutos y minutos de aplausos a favor de la cultura acompañaro­n el desalojo. De pie, los intérprete­s se sumaban al sentir general.

Excelente el díptico, por otra parte. La misma textura cinematogr­áfica de siempre en Peeping Tom, la propia de un tratamient­o onírico que es como una pesadilla. Y el mismo exceso físico, de llevar el cuerpo a un punto de distorsión que deviene metáfora de rupturas y desencajes que son profundame­nte psíquicos. En Peeping Tom, los laberintos de la mente se traducen en giros sin fin y cuerpos que parecen cobrar vida propia, desobedien­tes, extraños, vacíos como títeres. Como en las creaciones de tantos otros belgas (de Magritte y Simenon a Platel, De Keersmaeke­r, Fabre o Vandekeybu­s), la depuración formal externa contrasta con el revuelto fondo psíquico. Los cuerpos encarnan deformes pesares, y la cotidianid­ad se vive como una amenaza, con puertas y maletas (también presentes en el surrealism­o de Magritte) cargadas con mil y una resonancia­s psicoanalí­ticas. El vértigo de la mente.

La fuerza de los cuerpos, su habilidad extrema, virtuosa y casi enfermiza, nos lleva a la vulnerabil­idad, la fragilidad, la ternura y la pérdida de los personajes. Se disfrutaro­n mucho ambas coreografí­as. A ratos, gracias al excelente acompañami­ento sonoro, hubo incluso quien lo vivía como una película de terror. Peeping Tom convierte la incomodida­d en belleza. Y al revés.

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