La Vanguardia

“He querido dejar constancia de un Empordà que ya no existe”

- MAGÍ CAMPS

Miquel Martín i Serra (Begur, 1969) es licenciado en Filosofía, ha trabajado en la enseñanza y de gestor cultural, pero desde hace tres o cuatro años afirma que se gana la vida escribiend­o: “Combino la escritura con talleres de escritura, clubs de lectura, doy charlas, alguna colaboraci­ón en prensa, pero todo en torno a la actividad literaria. Soy más pobre, pero soy más feliz”.

En su vida ha perdido dos paraísos, el de la infancia y el del paisaje del Empordà, y fruto de esa pérdida publica La drecera (Periscopi). El hijo de unos masoveros en la pubertad ve la vida de los ricos, primero como una película, y se fija en la ropa que llevan los chicos porque sabe que la acabará heredando, pero cuando el libro avanza, lo que era una película se convierte en “un circo o una comedia”.

“Tenía ganas de explicar esta historia –dice Martín– y quería hacerlo con los ojos de un niño. Al principio él querría ser como los ricos, pero poco a poco se va alejando porque lo ve más grotesco”. El libro retrata “unos elementos que me tocan muy de cerca, que son el paisaje, la naturaleza del Empordà, la transforma­ción a peor de ese mundo de donde yo vengo. La novela es un intento de dejar constancia de un paisaje que ya no existe. La gente de mi generación, de 40 y 50 años, somos los últimos que hemos vivido ese Empordà donde aún había las masías, los pescadores, esa vida muy ligada a la naturaleza. Donde aún podías ir a una cala prácticame­nte desierta en pleno verano, y coger unos mejillones y un pulpo y hacer un arroz. Eso hoy es impensable”.

Y todo eso nos lo cuenta un protagonis­ta que no tiene nombre, como no lo tiene el pueblo donde vive: “No lo quería situar en ningún sitio determinad­o”. Es una familia de masoveros, que trabaja para una familia rica. “Conozco ese mundo de cerca, porque mis padres y mis abuelos trabajaron para una familia acomodada, aunque la novela es puramente ficción”. La palabra masover tampoco sale.

Lo quería retratar con los ojos de un niño porque me parecía que tendría más fuerza. Es una mirada más inocente y a la vez más lúcida. Los adultos estamos condiciona­dos o contaminad­os por intereses personales, y un crío de diez o doce años se mira el mundo de otro modo. A la vez que cambia su mundo de adolescent­e, cambia su entorno”, razona el autor.

Es un libro con poca trama, que no tiene una historia de aquellas que engancha. Martín recuerda la definición que hizo Màrius Serra: “No pasan muchas cosas, pasa la vida”. “Están estos tres años que son claves en la vida de cualquier persona, en la que empiezas a entrar en la pubertad y la adolescenc­ia. Buscaba esa delicadeza, esa sutileza de esos cambios en el crío y en el entorno. Lo quería hacer gradual, de modo que el lector no se diera cuenta”, explica. “Aun así hay escenas transforma­doras, que sacuden al protagonis­ta y que acaban construyen­do a la persona”.

Martín tiene un modo curioso de fechar la acción, el fútbol: “Básicament­e el Barça, que prácticame­nte era lo único que había”. Como un telón de fondo, el lector puede saber en qué año pasa la acción por algunos elementos que mencionado­s. Empieza con la Recopa de Europa y acaba con el fichaje de Maradona, y en medio aparecen Simonsen y Neeskens. El fútbol también le sirve para retratar a algunos personajes, como el grupo de albañiles que vienen de Barcelona y son del Madrid o del Betis. Un buen recurso literario.

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VÍCTOR POCH

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