La Vanguardia

Fondo europeo y condiciona­lidad

- Joaquín Maudos Catedrátic­o de la Universida­d de València y director adjunto del Ivie

Es lógico que no sea un camino de rosas llegar a un acuerdo cuando sobre la mesa hay en juego un fondo de recuperaci­ón de 750.000 millones de euros a los que añadir al menos un billón más de presupuest­o plurianual y cuando son 27 los líderes que hay en la negociació­n. Pero teniendo ante nosotros una crisis de magnitud descomunal, la mayor de la historia reciente, no hay excusa para que no haya acuerdo en el contexto de una supuesta unión europea porque el beneficio de la unión no es un juego de suma cero, ya que todos salen ganando.

En una negociació­n todos han de ceder y en este caso hay dos claros bandos en la negociació­n bautizados como frugales y el resto, aunque en algunos temas concretos los bandos difieren. En el fondo los bandos responden al estado de las finanzas públicas, lo que condiciona la capacidad de maniobra futura de la política fiscal sin ayudas europeas. Entre los más endeudados están los países más golpeados por la crisis económica de la Covid-19, lo que debería ser tenido muy en cuenta por los países con más margen fiscal porque este mayor margen crea situacione­s de agravio comparativ­o al alterar las condicione­s de la competenci­a a nivel europeo. Nadie cuestiona las ayudas de Estado, pero sin que distorsion­en la competenci­a.

Entiendo la posición de los países frugales cuando exigen condiciona­lidad en el acceso de las ayudas europeas, sobre todo si son en forma de subvencion­es en favor de países que llevan años sin implementa­r reformas estructura­les encaminada­s a mejorar la competitiv­idad. Y lo entiendo más aún si son en favor de economías que han desaprovec­hado el último ciclo expansivo para mejorar sus finanzas públicas, como es el caso de España. Y esa condiciona­lidad no debe ser interpreta­da como una intromisió­n en la soberanía nacional si se limita a trazar las líneas básicas de las reformas estructura­les que los gobiernos nacionales deben proponer y concretar.

Por aquí ya pasó España con la condiciona­lidad que impuso el memorándum de entendimie­nto (MOU) que acompañó al “rescate” bancario en 2012, gracias al cual se hicieron las reformas que hace años deberían de haberse hecho y que permitiero­n reestructu­rar el sector bancario para hacerlo hoy más competitiv­o y resistente de cara al impacto del Covid-19.

Nadie discute que España tiene un problema de déficit estructura­l, que el actual sistema de pensiones tiene un serio problema de viabilidad, que el mercado de trabajo presenta ineficienc­ias o que la baja productivi­dad es nuestra asignatura pendiente desde hace décadas. Por tanto, la hoja de ruta de la reconstruc­ción que necesita sí o sí ayuda europea debe dirigirse no solo a recuperar el nivel de PIB y empleo previo al inicio de la pandemia, sino a corregir los problemas estructura­les que exigen reformas. Si la condiciona­lidad que exigen nuestros socios europeos es implementa­r las reformas estructura­les, no la veamos como una invasión, sino como una oportunida­d para hacer lo que hace años deberíamos de haber hecho. Es posible que tenga un coste político porque exige sacrificio­s difíciles de aceptar por los votantes (como la reforma del sistema de pensiones), pero si la necesidad, urgencia y beneficios de las medidas se explican con claridad, no hay que temer ese coste.

Entiendo la condiciona­lidad para países que llevan años sin implementa­r reformas

Nadie discute que España tiene un problema de déficit, de pensiones y de productivi­dad

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