La Vanguardia

Dragón 2 -Sant Jordi 0

- CARLOS ZANÓN

Hace apenas 20 días se cerraba la Semana Negra de Gijón, matriz de los festivales de ese género en España. Las dificultad­es fueron muchas, las sensacione­s distintas, los protagonis­tas a un lado y otro de los libros eran y ya no eran los mismos. Los invitados debieron actuar delante de una treintena de sillas separadas entre sí por la enorme distancia de dos metros. Y en cada silla, un cliente con mascarilla con lo cual era imposible saber cómo iba el asunto: bostezo, sonrisa o desinterés.

Pero se celebró y ése fue el éxito. Sant Jordi no ha tenido tanta suerte. Es cierto que es otro tipo de acontecimi­ento: multitudin­ario, desmedido y caníbal. En abril, el Dragón obtuvo el primer round y hoy, el segundo. Es obvio, por lo tanto, que al cabo de este maravillos­o 2020, el dichoso dragón ganará. Pero a los puntos, no por k.o. Con la pandemia ha quedado demostrado que la gente quiere que haya librerías. Algo que, no se puede decir respecto de cines, salas de concierto o teatros. El mundo del libro, siempre de queja en queja, goza de mala salud de hierro. La estructura resiste y, a veces, hasta exhibe músculo. Como en todo, se bajarán sueldos a los más débiles, sufrirán propuestas ya deficitari­as o arriesgada­s así como los autores a los que en vez de escribir los libros a veces parece que nos limitemos con rellenar cuadernos de vacaciones Santillana.

Desde los primeros momentos, la industria editorial entró en modalidad gallina sin cabeza supliendo la parálisis con hiperactiv­idad, presentaci­ones absurdas, Zoom a destajo y pedidos online. Pero también se actuó con habilidad consiguien­do el objetivo de dejar constancia de que el libro estaba ahí, que tenía sentido que estuviera y que era –con perdón– útil. Sus primos, pobres de verdad, músicos, salas de baile, actores, lo escuchaban llorar y no se lo creían. Ellos que se quedaron bloqueados en terrazas y balcones, porque ya heridos de muerte de la última crisis solo les faltó que alguien en Wuhan se pidiera pangolín de postre. De todos modos, hay que reconocer que el libro y su patrono, Sant Jordi, cuentan con pedigrí para administra­ciones y políticos. Los mismos que sin problema exhiben menospreci­o cuando no un cierto sadismo al cerrar festivales de música, teatros o cualquier evento que no implique recogimien­to y oración. Ya se sabe que el goce corporal es diabólico y, además, los editores –a diferencia de promotores, mercaderes y saxofonist­as– suelen ser gente que los lleves donde los lleves siempre te hacen quedar bien.

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EL MIRADOR

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