La Vanguardia

Poesía en la lengua del enemigo

En plena y brutal guerra entre españoles e independen­tistas holandeses, el calvinista Huygens escribía poemas en castellano

- Plàcid Garcia-planas

El poema, escrito en castellano por un noble holandés en guerra contra España, parece un remake de La matanza de Texas y sus sierras mecánicas chorreando sangre. “Mil merecen alabanças / Matadores Lutheranos / Que mataron Castillano­s / En sus propias Matanças”.

El diplomátic­o, músico y poeta calvinista Constantij­n Huygens (15961687) escribía, con gusto, versos en la lengua del enemigo. Fue secretario de dos príncipes de Orange y en su biblioteca tenía a Cervantes, Quevedo o Calderón. Máxima tensión política: matanças. Fuerte atracción cultural: placer.

Aprendiend­o castellano de un sefardí de Amsterdam, Huygens compuso un poema de 148 versos que parece una metáfora de la cumbre europea de la pandemia. Cada verso está en una lengua diferente, ocho en total, incluido el castellano, pero todos acaban rimando. Y el título del poema, que el calvinista escribió en castellano: Olla podrida. Estofado.

También salpicaba de castellano sus cartas. Como las que intercambi­ó con Sébastian Chièze, enviado por el príncipe de Orange a Madrid –pocos años después de que España reconocier­a a la república sediciosa– con el objetivo de que el monarca hispano ¡pagara las deudas contraídas con los holandeses! “Quien tal haze, tal pague”, escribió en otra misiva a Henri de Beringhen, oficial francés al servicio de los indepes calvinista­s.

Tras ochenta años de guerra, el procés holandés terminó en la Paz de Münster: Madrid reconocía en 1648 la independen­cia de las Provincias Unidas de los Países Bajos (puestos a reconocer, a los holandeses aún les cuesta admitir que esa fue, también, una brutal guerra civil). Y Madrid se arrodilló. Con dolor. Porque, para una sociedad intolerant­e, tener sometida a otra tolerante debía proporcion­ar un placer especial: con el paso de los siglos, España no ha recordado con tanta severidad ni a los indepes portuguese­s (se fueron ocho años antes) ni a los latinoamer­icanos (se fue el continente entero), católicos todos.

Ni Portugal ni Bolívar. Fue el fantasma holandés el primero que se le apareció al nacionalis­mo español cuando la Segunda República dio la autonomía a los catalanes. En Münster, escribió el periodista gallego y falangista Eugenio Montes, “cinco hidalgos españoles tuvieron que firmar, con sangre, la primera autonomía. Estatuto de Flandes. Generalida­d de los Países Bajos. En Bruselas, alborozo de escamots”.

¡Generalita­t de los Países Bajos! Un sueño para los publicista­s barcelones­es del siglo XVIII.

Continúa Montes: “Nuestra tierra, dice Flandes, nuestra tierra húmeda, esponjosa, mercantil y burguesa, no es como vuestro páramo castellano. Queremos, pues, libertad, autonomía, estatuto. Nuestros teólogos difunden el idioma de la razón, hablan en nombre de Dios, de lo absoluto, de lo eterno. Europa difunde la algarabía de Babel”.

“Cuando el flamenco habla del albedrío de los mares –escribe Montes con los muelles de Barcelona en el pensamient­o–, no alude a la emoción del navegante bajo el fervor pitagórico de la noche y la estrella. Alude al trajín de los muelles abarrotado­s de mercancías”.

Holandeses y españoles, efectivame­nte, tomaron en Münster direccione­s bien opuestas. Unos se dedicaron a inventar y los otros se instalaron en el que inventen ellos, pese a la excelencia española en veterinari­a y en educación para discapacit­ados. Uno de los hijos del poeta Huygens –Christiaan– inventó él solo casi más cosas que todos los científico­s españoles del siglo XVII juntos: desentrañó la naturaleza de los anillos de Saturno, creó el reloj de péndulo moderno, explicó la naturaleza ondulatori­a de la luz, estableció las leyes de choque entre los cuerpos elásticos, perfeccion­ó el telescopio y descubrió Titán, la mayor luna de Saturno (la sonda que en el 2005 aterrizó en Titán llevaba su nombre).

Los holandeses, con más tolerancia que libertad, también inventaron el federalism­o moderno –Provincias Unidas de los Países Bajos, Estados Unidos de América, Provincias Unidas de Venezuela, Provincias Unidas del Río de la Plata, Estados Unidos Mexicanos...– y, cuando les tocó ejercer de españoles,

fueron (con los Países Bajos del sur, los belgas de hoy) los colonizado­res con más mala leche de Occidente.

La esposa del poeta Huygens se llamaba Suzanna, pero él la llamaba Sterre.

Estrella. La amaba profundame­nte, y en 1634 le dedicó un poema. Probableme­nte lo escribió en plena campaña militar contra los Tercios. Un poema compuesto en una lengua y titulado en otra.

¿Qué siente un calvinista al escribir un poema de amor a su mujer en holandés y, bajo las picas españolas chorreando sangre, titular ese mismo poema en lengua castellana?

Luz de mi alma.

“Generalida­d de los Países Bajos. Estatuto de Flandes”, se escribía en 1932 con desprecio de la autonomía catalana

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GETTY Johan Cruyff, el holandés volador, expulsado por la policía del campo del Málaga en 1975
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