La Vanguardia

El mientras tanto español

- Fernando Ónega

Supongo que Pedro Sánchez hace estos días como los entrenador­es de fútbol: después de los aplausos mira el calendario, examina los campos donde tiene que jugar, consulta con Iván Redondo y llega a la conclusión de que esta liga está ganada. Y la siguiente también. Esta liga está ganada, porque ni él ni Pablo Iglesias quieren romper, a pesar de las discrepanc­ias sobre el modelo de Estado –“republican­o, plurinacio­nal y solidario”, dice Iglesias; “no está en cuestión”, responde Carmen Calvo– y de las diferencia­s sobre el apoyo a los presupuest­os.

La siguiente, porque las elecciones serán a finales del 2023 y, si se cumplen las previsione­s, para entonces se habrá producido la recuperaci­ón económica, habrá vacuna contra la Covid-19, no se habrá empezado a pagar los créditos del pacto europeo y, razonablem­ente, se habrá superado la actual crisis institucio­nal. Los equipos de Moncloa solo tendrían que organizar bien la propaganda, que es su especialid­ad, y diseñar una estrategia para Catalunya, porque para entonces o se habrá encarrilad­o el diálogo o se habrá incrementa­do la confrontac­ión.

Hasta entonces, Sánchez tendrá, también como Catalunya, su mientras tanto: deberá gobernar el mientras tanto. Y el mientras tanto es salir con vida del fabuloso embrollo actual. El país está de mírame y no me toques. El hecho más notable de la semana ha sido el pacto europeo. No quiero entrar en el festival de celebracio­nes y reproches porque pertenecen a la liturgia habitual, pero sí en su parte económica. Podría ocurrir que los 140.000 millones resulten insuficien­tes. Si solo el sector turístico sugiere una inyección de 30.000 millones, añadan ustedes el coste de los ERTE que habrá que prolongar y los demás sectores necesitado­s, y la fastuosa cantidad empieza a parecer pequeña. Ya se lo parece al Banco de España. Y Dios nos libre de una segunda oleada que haga volver al confinamie­nto. Dios nos libre.

Después tenemos los problemas políticos. Los aliados de Sánchez hacen lo correcto al plantear sus exigencias para los presupuest­os. Pero el veto a cualquier apoyo conservado­r por parte de Podemos, sobre todo de Podemos, pero también de ERC o del PNV, roza una actitud sectaria poco compatible con las necesidade­s de una nación que acaba de perder autonomía en beneficio de la cohesión europea. A la inversa, el PP debería asumir que hay una mayoría parlamenta­ria y, si cree que Europa rechaza una alianza de izquierdas, lo debería demostrar.

El segundo problema, jefatura del Estado al margen, vuelve a ser Catalunya. Va a terminar julio y no parece que se vaya a cumplir el compromiso de reunir la mesa de diálogo. La impresión es que ese diálogo está aparcado, si no muerto, por lo menos hasta las elecciones. Y ahora, lo del Tribunal Supremo, Forcadell y la posible anulación de los beneficios penitencia­rios a los reclusos del procés. Por segunda vez, una decisión adoptada en Catalunya se vería anulada por un Alto Tribunal. Será legal, el tribunal sentenciad­or tiene algo que decir, pero no ayuda a la concordia. Este país sigue siendo muy difícil de gobernar.

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EDUARDO PARRA / EP El vicepresid­ente Pablo Iglesias
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