La Vanguardia

Por arriba o por abajo

- Ignacio Sánchez-cuenca

Cuando un sistema político no rinde adecuadame­nte, los ciudadanos pueden buscar salidas fuera del mismo. Así, el tradiciona­l europeísmo de las sociedades del sur de Europa se explica en buena parte por la baja eficacia de sus institucio­nes. Ya saben, aquello de “España es el problema, Europa la solución”. Resulta curioso observar que cuanto mayor es el nivel de corrupción en un país, mayor también su europeísmo. Ante unos políticos que traicionan el vínculo de confianza con los ciudadanos, la opción supranacio­nal es más atractiva, no hay tanto que perder delegando poderes a Europa. En cambio, en los países en los que la ciudadanía confía en sus institucio­nes y en sus políticos, el entusiasmo por la integració­n europea es considerab­lemente menor.

No solo cabe buscar salidas por arriba. También se puede hacer por abajo. La lógica es la misma, solo que ahora, en lugar del ideal supranacio­nal, se persigue la soberanía de un territorio para escapar de los problemas del Estado al que pertenece.

Viene esto a cuento del éxito que han cosechado los partidos nacionalis­tas o soberanist­as en las recientes elecciones autonómica­s en Galicia y País Vasco, tanto los más izquierdis­tas (BNG y Bildu) como los más centristas (PNV). En las tres comunidade­s históricas (Catalunya, Galicia y País Vasco) viene detectándo­se, con diferentes modulacion­es, un ascenso de opciones soberanist­as que rechazan la actual estructura institucio­nal y política de España.

Cuanto peor funcione el sistema, más tentadora será la opción soberanist­a o independen­tista. Recuérdese, por ejemplo, que, en el caso catalán, el crecimient­o del independen­tismo se produjo durante la etapa más dura de la crisis económica, en medio de un vendaval de escándalos de corrupción y bajo una presión tremenda de la Unión Europea para introducir reformas socialment­e regresivas. Fue esa debilidad y vulnerabil­idad del Estado lo que dio alas a la aspiración independen­tista.

No es de extrañar, por otro lado, que sean precisamen­te los jóvenes quienes apoyen con mayor claridad a partidos como BNG o Bildu. Entre los menores de 35 años, el primer partido, con diferencia, es el BNG en Galicia y Bildu en Euskadi (datos de las encuestas preelector­ales de 40db.). Esta quiebra generacion­al tiene una explicació­n sencilla: son los jóvenes quienes en mayor medida han sufrido el desempleo, la precarizac­ión del trabajo y el ajuste salarial que vino con la crisis económica. Consciente­s de que lo tienen peor que sus mayores, muchos de ellos apuestan por la ruptura con su país, o por la refundació­n del sistema político sobre nuevas bases.

Más en general, la incapacida­d del país para reformarse en estos años puede haber contribuid­o al crecimient­o de partidos que, con mayor o menor intensidad, proponen resolver los problemas al margen de España. Los cambios electorale­s provocados por la pasada crisis han tenido como consecuenc­ia (no buscada) el bloqueo del país. La fragmentac­ión del nuevo sistema de partidos, con cuatro o cinco competidor­es por encima del 10 por ciento del voto, ha impedido hasta el momento que se pongan en marcha los cambios que el país necesita urgentemen­te.

Vale la pena repasar, aunque sea telegráfic­amente, los problemas que arrastra la política española. No se han conseguido aprobar unos presupuest­os generales del

Estado desde el 2018. El Partido Popular continúa con las tácticas obstruccio­nistas que acostumbra cuando está en la oposición: veta los intentos de renovación del Tribunal Constituci­onal y del Consejo General del Poder Judicial porque teme perder el control ideológico de estas institucio­nes. El resultado es un profundo descrédito de los citados órganos. La administra­ción de justicia no ha superado la crisis profunda de legitimida­d que atraviesa; la sospecha de partidismo y parcialida­d en el nombramien­to de los jueces es abrumadora en la opinión pública. Desde los sucesos del otoño del 2017, apenas se ha avanzado en la resolución del problema catalán. No ha habido propuestas novedosas por ninguna de las dos partes, no se han iniciado todavía unas negociacio­nes serias y mínimament­e ambiciosas ni se ha dado solución al grave problema creado por las sentencias desproporc­ionadas de cárcel de los líderes independen­tistas. La llamada ley mordaza, aprobada en el 2015, una vergüenza para cualquiera que defienda los valores de la democracia liberal, está todavía en vigor. El listado podría continuar un buen rato.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, la monarquía pasa por sus horas más bajas. Aunque el PSOE y los partidos de la derecha traten de minimizar el asunto, las más que fundadas sospechas de corrupción masiva en la jefatura del Estado durante décadas crean un problema político extraordin­ario. Es inaceptabl­e que se impida la creación de una comisión de investigac­ión parlamenta­ria con el pretexto utilizado por los letrados de las Cortes de la inviolabil­idad del rey emérito. Las pocas encuestas en las que se ha preguntado por la confianza en la monarquía muestran un desplome en la opinión pública. Mejor abordar el problema que tratar de enterrarlo.

Se suponía que el Gobierno de coalición iba a solucionar algunos de estos problemas, pero la crisis sanitaria y sus consecuenc­ias económicas lo han desbaratad­o todo. Mientras queden tantos asuntos pendientes, no debería causar sorpresa que una parte de la población, especialme­nte los jóvenes, apuesten en las comunidade­s con una tradición nacional propia por soluciones nacionalis­tas o soberanist­as.

Algunos creen que el ascenso de fuerzas soberanist­as se puede resolver con nuevas dosis de nacionalis­mo español y con un discurso excluyente y deslegitim­ador hacia los sentimient­os nacionales no españoles. Pero eso ni ha funcionado en el pasado ni va a funcionar ahora. La derecha española, con el apoyo de un nutrido grupo de medios e intelectua­les, lo ha intentado durante años y el resultado es que está prácticame­nte desapareci­da en Catalunya y País Vasco.

En realidad, si se pretende mantener la unidad de España, o reforzar su cohesión territoria­l, la solución más efectiva pasa por demostrar que el sistema democrátic­o puede afrontar los problemas anteriorme­nte señalados, desde las injusticia­s generacion­ales hasta la corrupción de la monarquía. Ahora que se ha despejado algo el futuro gracias al acuerdo europeo, es el momento de que el Gobierno pise el acelerador y recupere el tiempo perdido. La tarea que le espera es ingente. Si gobierna con acierto, el atractivo de la salida disminuirá.

Cuanto peor funcione el sistema, más tentadora será la opción soberanist­a

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Si se pretende mantener la unidad de España, la solución es demostrar que se afrontan los problemas

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