La Vanguardia

Se llama Karl y es un salido

Se llama Karl y en el zoo barcelonés lo tienen por un salido. Orangután de Borneo y salido: peligro. Vive desde hace meses aislado después de que intentase forzar a una congénere.

- Joaquín Luna

A primera vista, Karl cae simpático. Ahí lo tienen, a lo suyo, llenando la panza y haciéndose el ofendido ante Jawi, que le observa al otro lado del cristal, incapaz de comprender que el zoo de Barcelona es un lugar civilizado que trata de evitar escándalos, como su intento de forzar a Storma –una hembra joven llegada de un zoo de Suecia–, acción impedida por la hembra Locky, algo mayor que Karl.

La escena, dicen, duró horas y fue dramática.

–Cuando un orangután trata de copular pese al rechazo la situación es muy desagradab­le. Es como si tuviesen cuatro manos más la fuerza de sus mandíbulas y acorraló a Locky, que había defendido a Storma. Si un orangután está en celo no te puedes fiar. Sí, es un animal al que le cuelgan la etiqueta de violador.

Lo explica Totón Abelló, la máxima autoridad en primates del zoo, a la que los orangutane­s

–hoy en aparente armonía– saludan y reclaman su atención.

El vistoso espacio de 1.100 metros cuadrados para los siete ejemplares, con su cascada de cuatro metros a modo de piscina comunitari­a de clase media, permite que Karl viva aislado de los restantes orangutane­s de Borneo (no confundir con los de Sumatra,

que tampoco son angelitos). Las hembras y los dos hijos engendrado­s pueden acercarse a Karl pero no a la inversa dadas las estrechece­s de los accesos, a propósito. Los machos suelen pesar el doble que las hembras y tienen una peculiar bolsa faríngea que actúa como una caja de resonancia y hace que se crean los reyes de la selva cuando les da por gritar a todo pulmón.

–Locky se interpuso y Karl la tomó con ella. Es una situación, desgraciad­amente, muy parecida a las de los humanos. Tuvimos que intervenir.

De ahí el confinamie­nto. Hasta que se le pase la calentura (a partir de los 30 años). Un embrollo folletines­co. ¡Y qué nombres tan extraños! Claro que Karl procede del zoo de Dublín –llegó en el 2005– y ya sabemos como son los dublineses. Pudiéndose llamar los protagonis­tas Fulgencio, Bartolomé, Dolores o Pepita...

No hay que humanizar, claro está, a esta extraña familia aunque cuesta no empatizar y juzgarlos con ojos comprensiv­os.

A medida que las selvas de Borneo (Indonesia y Malasia, Brunei no cuenta) son esquilmada­s, la especie está en riesgo y en los zoos de Europa viven 500 ejemplares, a los que se trata de mantener en forma mediante simulacion­es. No quieren que se acostumbre­n a la sopa boba y, en consecuenc­ia, les dejan la comida –fruta y vegetales– en lugares que requieren esfuerzos tal que encaramars­e lo cual confiere movimiento y atractivo al grupo.

“Los zoos europeos estemas en contacto permanente y hacemos intercambi­os de ejemplares. Se trata de formar una reserva estable para conservar la especie tal y como son, sin que se acomoden, y permitir la reintroduc­ción llegado el caso. Ahora o dentro de cien años. Esto ha cambiado mucho en pocos años. Antes, se les separaba realmente y ya está. Karl ahora sigue integrado en el grupo”, dice Totón Abelló.

Karl vive a su bola. Los otros ejemplares se acercan a los cristales y le observan. Parecen atraídos por esta figura solitaria a la que el impulso sexual ha llevado por el mal camino. Con Storma, que ronda los seis años, ya no han vuelto a rozarse.

El orangután aún paga con su confinamie­nto las consecuenc­ias de forzar a un ejemplar más joven

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LLIBERT TEIXIDÓ
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