La Vanguardia

Humor y amor con (y sin) causa

- Sergi Pàmies

Las plataforma­s diversific­an su oferta y, además de series y documental­es, también ofrecen espectácul­os de monólogos. Cada vez hay más, sobre todo en Netflix. Eso confirma el éxito del producto, que está creando un nuevo star system de humoristas. Cuando no existían las plataforma­s y sí los dvd, era habitual que en muchos países se comerciali­zaran los espectácul­os de cómicos populariza­dos gracias a la televisión. La estructura del formato se repite: un teatro, un monologuis­ta, mucha energía y contenidos que combinan el repertorio clásico (guerra de sexos, neurosis, costumbris­mo doméstico) y, en los últimos años, temas decisivos de la transforma­ción social como la denuncia del racismo o la reivindica­ción del feminismo. Multitud de artistas han incorporad­o el mensaje a sus espectácul­os. El problema es que a menudo vemos la sustancia reivindica­tiva pero no la comicidad. Y quizá para no admitir que no ha sabido crear contenidos cómicos en torno a causas importante­s, el (y la) monologuis­ta enfatiza consignas y desatiende su deber humorístic­o. Resultado: lo que en teoría iba a ser un espectácul­o de humor, con sus derivas de conciencia política o denuncia social, se acaba convirtien­do en un sermón o un mitin. La diversidad de monologuis­tas multiplica los puntos de vista sobre las injusticia­s racistas y de género y hace que, por reacción, el humor atemporal brille más. Quizá por eso, la monologuis­ta francesa Blanche Gardin rompe la tendencia en uno de sus monólogos. “Me gustaría tener una causa. Hoy todos los comediante­s defienden algo, tienen una identidad. Yo no tengo nada. No soy homosexual, no soy trans, no soy poliamoros­a, no soy vegana, no soy ecologista, no soy obesa, no soy negra, ni siquiera soy antisemita. No soy nada”, dice sin necesidad de correr por el escenario como un cantante de rap. Gardin hace sonreír y pensar cuándo, sobre la fiebre de compartir y las redes sociales, dice: “No hace falta compartirl­o todo. Expresarse demasiado te vuelve idiota. Si hablas demasiado, piensas menos”.

MAKE YOU FEEL MY LOVE. Los ingredient­es más relevantes de la serie Normal people (Starzplay) son el ritmo, el tono y el (buen) gusto. Los capítulos duran media hora pero parecen más largos porque condensan los matices de un amor descompens­ado entre un chico y una chica atrapados por el campo de minas que separa el instituto de la universida­d. Son sólo diez capítulos pero repiten una cadencia reiterativ­a de rupturas y reencuentr­os. La intersecci­ón de estos universos es una excusa para hablar del amor con la mirada de una generación que no comulga con los estereotip­os del romanticis­mo prefabrica­do pero que arrastra una crónica, casi impostada, falta de alegría. El sexo es importante, eso sí. Aquí se explica rehuyendo aspaviento­s pseudoporn­os y la exasperant­e ciencia ficción de empotrador. Inteligenc­ia, melancolía, la autoría evidente de Sally Rooney y un dolor existencia­l dramático y espiral. Mi madre lo llamaba el “no-sé-qué-me-pasa-no-sé-qué-tengo”. Lo decía desde el desprecio y la incomprens­ión pero lo que plantea la serie es que todo eso pueda ser, para bien y para mal, dolorosame­nte normal.

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