La Vanguardia

El hombre que estudia su enfermedad

- JOSEP FITA

Pasó muchos años ignorando la enfermedad que padece. “Siempre le había dado la espalda, casi negándola”. Pero hubo un momento en que decidió no solo mirarla a la cara, sino escudriñar­la para conseguir desenmasca­rarla. Carles Sánchez Riera (Sant Feliu de Codines, 1983) sufre una distrofia muscular, reconocida como enfermedad rara, de nombre beta sarcoglica­nopatía. Se trata de una dolencia del grupo de las enfermedad­es de los sarcoglica­nos, un complejo de cuatro proteínas: alpha, gamma, beta y delta. Carles tiene deficienci­a de la beta.

Este tipo de patología, englobada dentro de las distrofias de cinturas, afecta a la cintura escapular y a la pélvica. También a los músculos del tronco. “Yo, además, tengo afectado el corazón”, explica.

Tenía 11 años cuando le detectaron la patología. “Vieron que me costaba correr, subir escaleras. Se dieron cuenta de que era más patoso que el resto”. Se trata de una dolencia hereditari­a. Su hermano mayor también la sufre, no así el menor, “aunque segurament­e es portador”. Sus padres no la padecieron, pero él y su hermano afectado –explica– cogieron “la copia mala” de ambos progenitor­es.

Hay una proporción importante de pacientes que entre los 12 y los 15 años pierden la capacidad de caminar y cuya su esperanza de vida no va más allá de los 20 o los 30 años. Carles padece una “afectación algo más leve. Tengo 37 años y, dentro de un espacio controlado, voy caminando: en el laboratori­o, en casa… Para hacer distancias más largas voy en silla de ruedas”.

Quiere pensar que la enfermedad no le afecta en su cotidianid­ad, pero se cae “bastante a menudo. Tengo un caminar inestable y eso me da apuro”. En casa le ayuda su pareja. Confiesa que si viviera solo, tendría que adaptar “mucho la casa” para poder hacer vida normal.

Fue cuando realizaba un voluntaria­do en Alemania, tras haber cursado Trabajo Social, cuando empezó a notar que le fascinaba el mundo de la biología y a tomar conscienci­a de su enfermedad. “Nunca me habían convencido las explicacio­nes de los médicos, quedaban muchas preguntas por responder”. Y decidió volver a la universida­d.

En el primer año de Biología, todavía “no tenía en mente” centrarse en su patología. Pero a medida que la enfermedad fue avanzando, tuvo muy claro que quería estudiar las enfermedad­es neuromuscu­lares.

Tras hacer las prácticas en Corea del Sur –“me dieron la plaza, se ve que nadie quería ir allí”–, en 2014 puso rumbo a Italia. Le surgió la oportunida­d de hacer un doctorado remunerado en el país transalpin­o en un grupo de investigac­ión “muy bueno y muy reconocido” que se dedicaba al estudio del músculo y que contaba con laboratori­os en San Diego (EE.UU.) y Roma.

Ahora trabaja con otro grupo en el laboratori­o del departamen­to de Histología de la Universida­d de La Sapienza, en Roma. Ahí es donde ha iniciado su particular proyecto que versa sobre una pregunta que siempre le ha rondado por la cabeza y que nadie, asegura, le ha sabido responder. ¿Por qué dentro de una misma persona afectada por la enfermedad hay músculos que degeneran y otros que no?

Él, por su situación, hace mucho esfuerzo con las manos. En ambas ha desarrolla­do una hipertrofi­a (el músculo ha crecido) de tanto hacer fuerza con ellas. “Pero si miras otros músculos del cuerpo, como el pectoral, piernas, cintura escapular y pélvica, en mi caso, han degenerado”. Esa diferencia es algo incompresi­ble para él, porque “en todas las células hay la misma genética e idéntica mutación”.

Lo importante es descubrir,prosigue, “por qué hay músculos que son capaces de sobrepasar el defecto genético”.

Y en eso está. “Tengo muy claro lo que quiero hacer. Si llego a plantear algún resultado que pueda ir bien para los enfermos y para mí también, genial. Si no llego, quiero al menos haber iniciado este camino, algo que me tiene muy tranquilo y contento”.

En su laboratori­o pretenden hacer en breve pruebas con ratones. Han hecho algún experiment­o con ellos y han observado que siguen el mismo patrón, con músculos afectados y otros que no. “Este próximo año queremos descifrar qué provoca estos cambios en ellos y ver si se dan también en humanos. Y en año y medio nos gustaría poder proponer algo ya más aplicable”.

Es consciente –siendo, como es, miembro de tres asociacion­es de enfermos (dos catalanas, ASEM Catalunya y Proyecto Alpha, y una italiana, GFB Onlus)–, que los afectados sueñan con tener lo antes posible un tratamient­o (ahora inexistent­e), “pero el ritmo de la biología, de la investigac­ión, es otro”.

No solo está volcado en el apartado científico de su proyecto, también en la búsqueda de recursos. Como por desgracia suele ser habitual en el mundo de la investigac­ión, su estudio requiere de una financiaci­ón que ahora mismo no tiene. “Estoy haciendo difusión para ver si encuentro algún mecenas”, explica. De momento, cuenta con una beca de la Fundación ONCE. También se está presentand­o a concursos públicos. “Espero obtener, entre una cosa y otra, el dinero necesario. En ciencia todo va lento, pero si no tienes dinero, aún más”.

“Nunca me han convencido las explicacio­nes de los médicos, hay preguntas por responder”, asevera

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LV El biólogo catalán Carles Sánchez Riera sueña con encontrar un tratamient­o para las distrofias de cinturas

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