La Vanguardia

Voces en formación

- Màrius Serra

De vez en cuando, irrumpen en los circuitos literarios nombres que parecen nuevos, a pesar de que hace años que publican. Es el caso de Miquel Martín, autor de La drecera, una novela ambiental de lectura muy recomendab­le que publica Edicions del Periscopi con un epílogo laudatorio de Josep Maria Fonalleras. La nota biográfica es clara. Martín empezó a publicar en 1996 y en este cuarto de siglo le han editado un puñado de novelas (una de ellas finalista del premio Ramon Llull), libros de narracione­s, estudios literarios (sobre todo de Vinyoli) y volúmenes de leyendas. Así descubro que las fascinante­s Llegendes de nit (Sidillà, 2019) que me leí con fruición hace unos meses salieron de su pluma.

Martín puede conseguir con La drecera el reconocimi­ento de muchos lectores que vivían (vivíamos) ajenos a su talento literario gracias a la creciente capacidad prescripto­ra de la editorial que nos propone su lectura. El libro lo merece más por el cómo que por el qué. Es una novela de formación que relata las vivencias de un niño ampurdanés que vive los ochenta en la arcadia rural donde sus padres ejercen de caseros en el chalé de una familia pudiente de Barcelona. Ahora que la pandemia hace que se hable tanto de segundas residencia­s, hay que especifica­r que la de la novela no pertenece al mundo de las casas adosadas con garaje en la planta baja ni de parcelas en urbanizaci­ones más o menos apartadas, sino que emana directamen­te de los herederos del clásico veraneo que se forjó a principios del siglo XX y que en este siglo XXI ha desembocad­o en el turismo de casa rural. La familia barcelones­a de la novela, con la preceptiva chacha, los hijos de papá y los cuernos de mamá, parece que vaya a tener la función de telescopio para un narrador ávido de descubrir la vida, pero en realidad la mirada más interesant­e nos la transmite el chico cuando invierte el instrument­o óptico y lo transforma en microscopi­o. Le acompañamo­s en su paso inexorable de la infancia a la adolescenc­ia, en el descubrimi­ento del cuerpo y de la muerte, del sexo, la amistad, la amargura y la alegría. El atajo a todos estos conocimien­tos incluye los libros que lee. En la novela no pasan los hechos relevantes que un vendedor de argumentos pondría en una sinopsis. No pasa nada y pasa de todo. Pasa la vida. Sabemos que son los ochenta del siglo pasado porque el Barça ficha a Maradona, pero el registro lingüístic­o que alienta esta espléndida prosa la hace atemporal y, en todo caso, muy alejada del barcelonés que usarían los personajes barcelonau­tas.

Martín abre la novela “ajagut a la platja” (el poema de Carner) y recuerda el veraneo en una casa de la costa de la familia Bohigues que Mercè Rodoreda narra desde la voz de su jardinero en Jardí vora el mar, pero la voz del narrador también suena a Holden Caulfield, el vigilante en el campo de centeno que Xavier Benguerel rebautizó como ingenuo seductor.

No pasan los hechos relevantes que un vendedor de argumentos pondría en una sinopsis; pasa la vida

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