La Vanguardia

“Como amapolas enrojecier­on la tierra 58 requetés muertos”

- Víctor-m. Amela

Tengo 91 años. Nací en Figueres y vivo en Cassà de la Selva. Fui profesora de autoescuel­a y alcaldesa, y soy poeta. Soy viuda, con cinco hijos, ocho nietos y seis bisnetos. Soy de centroizqu­iedra, y cada día más cristiana que católica. Soy profesora de esperanto, que me permite ir por el mundo

Hace hoy 82 años empezaba la batalla del Ebro. Allí murió mi hermano mayor, Carles... Qué bueno era. ¡Yo le veneraba! ¿Se llevaban ustedes muchos años? Él tenía 18 años al llegar la guerra, y yo siete.

¿Cómo eran sus vidas entonces?

Carles estudiaba para médico. ¡Ah, y tocaba ese piano! Yo jugaba y aprendía a ir en bici...

¿Y sus padres?

Vivíamos en Figueres. Mi padre hacía seguros. Mi madre había estudiado Magisterio, fue la única chica de su promoción, en 1895.

Una mujer avanzada.

¡Con qué ilusión fue a votar, en febrero de 1936! Era la primera vez que las mujeres votaban, y le acompañé. Mi madre alfabetizó a mujeres pobres, sin cobrarles, y yo ayudaba.

¿Qué recuerda del 18 de julio de 1936?

Las monjas del colegio... con bata: acostumbra­da a verlas con hábito, me hizo gracia, pero vi sus ojos llorosos y el miedo en su cara.

¿Qué temían?

Ser asesinadas por los revolucion­arios.

¿Pasó miedo usted?

No, era pequeña. Mi abuelo, un día, me llevó al campo, en Empúries, a enterrar un tesoro: una Virgen de Montserrat de bronce, una Sagrada Família de madera, rosarios y estampas..., y me susurró: “Será nuestro secreto”.

Eran creyentes, en su casa...

Sí, y Carles estaba en la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC), y el 19 de julio unos milicianos quisieron arrancarle del cuello su medallita de la Virgen...

¿Y qué pasó?

Logró impedirlo. Estábamos en San Martí d’empúries, donde veraneábam­os: los milicianos quemaron las figuras y retablos del templo. Yo me llevé después unos clavos requemados, como reliquia... Ese día interrumpi­mos el veraneo, y nos volvimos a Figueres.

¿Carles no fue reclutado?

Lo esquivó trabajando como enfermero en la clínica del doctor Vila... hasta que fue militariza­da, en 1937. Y entonces Carles se exilió.

¿Adónde?

Por el Pirineo, a pie, pasó a Francia. Y por Irun entró en la España nacional.

¿No quiso defender la República?

Su fe religiosa se lo impedía: veía en las autoridade­s republican­as mucha permisivid­ad con los asesinos de cristianos y sacerdotes.

Comprensib­le...

Y así llegó a Zaragoza, y se puso la boina roja de los requetés: entró en el recién creado tercio Nostra Senyora de Montserrat.

¿Quiénes lo formaban?

Chicos catalanes creyentes, cristianos, fugados como él, de familias carlistas, unos eran de campo y otros con estudios, y todos muy devotos y todos hablando siempre en catalán. Hacían castells, bailaban sardanas...

Y rezaban y cantaban el Virolai antes de entrar en combate.

Es verdad. ¿Cómo lo sabe usted?

Me lo cuenta Andreu Canet, biberón republican­o... ¡que los tuvo enfrente!

¿Dónde fue eso?

Punta Targa, cruce de Quatre Camins, en Vilalba dels Arcs, en la batalla del Ebro.

¡Ahí fue donde murió mi hermano Carles!

¿Era el 19 de agosto? Siempre que Canet me recuerda ese día... llora.

¡El 19 de agosto, ese día fue! Mi hermano cayó en aquella viña que separa las dos lomas, hay apenas 400 metros entre ambas...

Sí. Canet disparaba... y por eso llora.

Como amapolas enrojecier­on la tierra 170 requetés heridos y 58 muertos..: mi hermano Carles, junto a su amigo Manel Solà, igualadino, y al alférez Miguel Regàs Castell.

Fue una masacre, me cuenta Canet.

Un comisario republican­o impuso una tregua para que los requetés retirasen a sus muertos y heridos. Parece que lo hizo porque él tenía un hermano en el otro bando...

¿Dónde enterraron a Carles?

Tras la loma, en la tierra y sin caja, con una moneda en el uniforme para identifica­rle.

¿Cuándo supo usted de su muerte?

Entré en casa un día y... ¡nunca olvidaré esa escena! Mi madre sentada, y mi padre arrodillad­o ante ella, llorando, llorando...

Se lo estaba diciendo... Llora usted...

Como aquel día, sí. Mi padre lo supo por una carta clandestin­a. Y me dijo: “Tú no llores en la calle, que no podemos saber esta noticia”.

¡Durísimo para una niña de nueve años!

Nos habían requisado la casa, y nos acogía gente buena en Camallera. Tras la guerra, mis padres recuperaro­n el cuerpo de Carlos. Y vivimos sin rencores: yo iba a llevarle comida a un tío mío encarcelad­o en el castillo de Figueres por soldado republican­o...

¿Qué ha sido lo mejor de su vida?

Haber tomado yo las riendas: fui profesora de autoescuel­a, y alcaldesa de este pueblo, y activista siempre..., ¡y gran esperantis­ta! Soy profesora titulada de esperanto. Y poeta.

Y llena de energía, según veo.

Mi secreto: una copita de cava en cada comida. ¡Ah, mire, en esta carpeta guardo el primer poema que escribí! Tenía once añitos...

¡Oh! ¿Cómo se titula?

Mi hermano.

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DANI DUCH

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