La Vanguardia

Cambiar de barrio

- Núria Escur

AMarsé, cuando terminó Últimas tardes con Teresa, la historia del chico de barrio y la pija, no se le ocurrió otra cosa que apuntar a pie de página su propio número de teléfono. Justo en el capítulo donde un chaval intenta ligar en el baile del Guinardó. Barral vio el original y se llevó las manos a la cabeza, horrorizad­o: “¿Estás loco? ¡No te van a dejar en paz!”, y lo eliminó.

Nos lo explicaba, en marzo del 2015, a los periodista­s que oteábamos ese rostro trabajado, admirados por su dominio escéptico. Sentado como quien se sienta ante un tribunal, lacónico, porque no le quedaba más remedio que presentar la biografía que le había hecho Josep Maria Cuenca. “Aún no sé como te dije que sí –lamentaba irónico Juan Marsé–, ¡otra cosa era Hemingway, que iba de safaris y tenía mil amantes! Yo solo era un chico del barrio de Gràcia”.

Cuando Cuenca le propuso a Herralde biografiar a Marsé, el editor le advirtió: “¿Ya sabes dónde te metes? Mira que, a veces, este hombre no es nada fácil”. Aunque soltara verdades como puños. Un verano me regaló un consejo.“cuando quieras saber cómo es alguien por dentro, averigua dos cosas: el barrio en que nació y el barrio donde duerme”. Curioso, ahora que con el tsunami viral algunos piensan en cambiar de domicilio a la que puedan y que el próximo hogar tenga, eso sí, salida al exterior, jardín o patio, balcón grande y luz…

Luego está el que rechaza abandonar el suelo que anda pisando. No vas a cambiar de barrio porque te conoces tan bien las esquinas como Serrat el Mediterrán­eo (“a tus atardecere­s rojos / se acostumbra­ron mis ojos / como el recodo al camino…”) y porque te has avezado a ver a esa vecina que se sienta en el banco cada día a la misma hora, el comercio a punto de cerrar, el toldo y el miosotis.

Te acostumbra­s al decorado que te arropa, cuando vas o cuando vuelves, a sus noches, si me apuras a la geografía de sus bares y sus contenedor­es. Un barrio que, incluso en la soledad más confinada, desde su solidarida­d arquitectó­nica, se quedó contigo. Los edificios no huyen. Se quedan pase lo que pase, y en su subsuelo reside la memoria que nos pertenece.

La culpa fue de Marsé, que renunció dos veces a ser miembro de la Real Academia, con la misma respuesta: “¿Qué hago yo ahí?”. Que nos enseñó las entrañas del clasismo y que, afortunada­mente, escribía en el idioma que le daba la gana. En el barrio del Raval y en el de Sants, tras la incineraci­ón, han aparecido paredes con una pintada: “¡Marsé vive!”. Pues eso.

“Para saber quién es, averigua en qué barrio nació y en qué barrio duerme”, dijo Marsé

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