Marcos Morau
Coreógrafo
El creador de la compañía La Veronal, el valenciano Marcos Morau (38), sorprendió al público y la crítica en el festival Grec con un homenaje a Luis Buñuel y el surrealismo que tuvo lugar en el Museu Nacional d’art de Catalunya.
Sonoma
Idea y dirección: Marcos Morau
Coreografía: Marcos Morau en colaboración con los intérpretes
Texto: El Conde de Torrefiel, La Tristua, Carmina S. Belda
Asesor dramatúrgico: R. Fratini
Lugar y fecha: Museu Nacional d’art de Catalunya (24/VII/2020)
El cuerpo grita en las piezas de La Veronal. Reclaman la atención sus imágenes, una plástica hipervitaminada que apunta sentidos, pero siempre tras el impacto visual de la vívida presencia de los cuerpos. En la primera La Veronal ocurría gracias al increíble desarrollo morfológico que se otorgaba a cada miembro con las micro-particiones y montones de recorridos y conexiones del lenguaje kova. Cuando el espacio no daba de sí, el coreógrafo supo llenarlo de ideas, texturas y micromovimientos interconectados. Pero cuando el escenario es un macroespacio escénico como la Sala Oval del MNAC, el protagonismo del grupo cobra importancia. En el actual homenaje a Luis Buñuel y la revolución surrealista, también lo exigía el tema: la feminidad como colectivo en el que la opresión social y las ansias de libertad individual inciden particularmente, sus grandes y pequeñas luchas, sus revoluciones en la cotidianidad doméstica y ante la historia. Todas las intérpretes de Sonoma son mujeres, y ¡qué grandes escenas corales!
Un ejemplo: en una escena, vestidas como en una novela de las Brontë, las intérpretes se alejan en línea hacia el fondo, mientras los focos proyectan sus sombras por partida doble en las paredes, como en Fase, de Anne Teresa de Keersmaeker, al mismo tiempo que los reflejos tanto real como en sombra se doblaban en el suelo, en un juego de sombras y reflejos multiplicados. Cuando el grupo se disolvió corriendo en todas direcciones, hubo un momento en el que costaba distinguir el perfil oscuro de las bailarinas reales de sus sombras. Seducción visual, al tiempo que impregnación de fondo por vía de la sugerencia: ese es el quid de la ingeniería de capas de Morau, su arquitectura compositiva, este engranaje que crece en todas direcciones. Una vez le oí comentar su trabajo como una especie de cubo de rubik. Algo de eso hay si no lo limitamos a las formas. Por eso incorpora texto. Para delimitar la interpretación y significar cada línea. Incluso con el recurso a la propia tradición del ballet, como ese momento en el que, con las chicas en camisa de dormir, la escena y la música remitían al acto blanco de los ballets de repertorio y al eco mágico, nocturno, alocado y floral de las willis. Los ecos de la cultura tradicional aragonesa no son menos. Y con los tambores de Calanda resonando en la bóveda del MNAC, ¡qué climax final! Víscera, abismo, el de Sonoma es un grito muy hondo de libertad.