La Vanguardia

Un mundo perfecto

- Francesc-marc Álvaro

Su partido a medida. Ni más ni menos. Un mundo perfecto al servicio de su táctica. Puigdemont ya lo tiene: ha convertido la plataforma electoral Junts per Catalunya en un partido. Lo ha hecho durante un periplo relativame­nte corto que, después de dar un rodeo por la fallida Crida Nacional, llega al delta donde el puigdemont­ismo no tendrá ya ninguna oposición y podrá dictar su voluntad sin las resistenci­as de esos posconverg­entes que lo aceptan como líder espiritual pero no como amo del terreno.

Tal como ha quedado la partida, los dirigentes y militantes del PDECAT que quieran tener algún tipo de papel en el nuevo Jxcat no tienen otro camino que entrar de uno en uno, sin cuotas y renunciand­o explícitam­ente a cualquier nostalgia; la aspiración de Bonvehí de crear una coalición entre el PDECAT y la máquina de Puigdemont no tiene posibilida­d alguna de prosperar, ni presionand­o con los derechos electorale­s y las subvencion­es. Desde el exilio se ha lanzado la consigna: “foc nou” sin manías y marcar todas las distancias con el pujolismo y la corrupción. Los discursos de los presos Rull, Turull y Forn apoyando al puigdemont­ismo representa­n el aval de los herederos del viejo orden a la nueva cultura rupturista.

La paradoja irónica que tiñe toda esta operación es que Puigdemont, a pesar de sus esfuerzos por no parecer nieto político del pujolismo, practica dos de sus caracterís­ticas fundamenta­les. Primera: un hiperlider­azgo personalis­ta que convierte en folklore cualquier debate interno y las primarias. Segunda: una ambigüedad notable al definir el anclaje del nuevo partido en el eje izquierda-derecha, como manifiesta­n las referencia­s constantes a “la transversa­lidad” y al “carril central”. Puigdemont es más caudillist­a que Pujol y más ambiguo, en lo que le conviene.

En este sentido, Jordi Sànchez, ideólogo y estratega del proyecto -la figura con más visión política del núcleo duro-, tiene el encargo de hacer la salsa que pueda lograr a la vez dos metas a priori incompatib­les: penetrar fuertement­e en el espacio de ERC y amarrar a los votantes de tradición convergent­e que estiman la escuela concertada, la sanidad mixta y los valores asociados al orden, la creación de riqueza y el esfuerzo individual. Además, el antiguo presidente de la ANC debe hacer todo esto bajo una música que enaltece la confrontac­ión permanente con el Estado y que incluye -hagámoslo todavía más difícil- querer gestionar “el mientras tanto” autonómico, igual que propugnan Junqueras y Aragonès. Es la cuadratura del círculo: la subversión indolora de un país que anima los disturbios de Urquinaona mientras prepara las vacaciones en la segunda residencia.

Como todos los mundos perfectos, el de Puigdemont presenta algunos fallos de serie: tiende a ser virtual, como el acto “telemático-friendly” de presentaci­ón del congreso de la nueva organizaci­ón, y descansa sobre el silencio estrepitos­o de Mas, figura que recuerda ahora al protagonis­ta de El sexto sentido. Y, sobre todo, se basa en un mito tan bonito como frágil: que la fórmula secreta de la independen­cia está en la caja fuerte del despacho de Puigdemont en Waterloo.

Puigdemont utiliza dos caracterís­ticas de Pujol: hiperlider­azgo y ambigüedad

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