La Vanguardia

Las cuevas de Ali Babá

- Enric Sierra

Las primeras señales de alarma apareciero­n hace dos años. Los datos de delincuenc­ia en Barcelona crecían sin freno espoleados por el éxito turístico y por la tibia gestión de la seguridad que ejercía el gobierno municipal. Las cifras eran incontesta­bles y elevaron Barcelona al triste liderato de las ciudades más inseguras de España. Así lo percibiero­n los ciudadanos que, en enero del 2019, colocaron la seguridad como la principal preocupaci­ón vecinal. Esta situación no se vivía en la ciudad desde hacía diez años. Pero lo más grave e inédito es que la insegurida­d se ha mantenido durante casi dos años como el problema más grave que tiene Barcelona a ojos de sus vecinos.

Naturalmen­te, este asunto marcó el debate de la campaña electoral del año pasado. Tras las elecciones, llegaron el verano y los hechos delictivos, especialme­nte los robos violentos que consolidar­on a Barcelona como líder absoluto de ciudades con peores datos de insegurida­d. Es cierto que la llegada del teniente de alcalde Albert Batlle al frente de la Guardia Urbana ha supuesto un cambio en la política en materia de seguridad. También es verdad que se han incorporad­o más policías. Pero el problema ha crecido tanto que se ha enquistado. En el mainstream de los delincuent­es se ha instalado que el delito en Barcelona sale muy barato. Se puede robar tantas veces como se quiera porque la ley no tiene en cuenta la reincidenc­ia. Y, además, la legislació­n y sus

Es muy grave e inédito que la insegurida­d se mantenga casi dos años como el principal problema de Barcelona

ejecutores son benevolent­es con la violencia que ejercen los ladrones.

De nada han servido las propuestas que surgieron hace un año de la sociedad civil barcelones­a, liderada por Foment del Treball, para atajar esta situación. Se pidió mayor implicació­n de los fiscales y jueces, se fue al Congreso de los Diputados a requerir a los partidos políticos que impulsaran pequeños cambios en el Código Penal para agravar la reincidenc­ia. El concejal Batlle se ha pateado infinidad de despachos judiciales, administra­tivos y políticos rogando soluciones. Pero, de momento, ha sido como predicar en el desierto. Como respuesta, solo ha recibido palmaditas en la espalda, buenas palabras y vagas promesas.

Y así estamos. Con la insegurida­d instalada como primer problema de Barcelona a pesar de que la pandemia nos ha encerrado en casa durante buena parte de este 2020. Los ciudadanos se sienten inseguros y los delincuent­es se ven fuertes. Los datos de los Mossos d’esquadra son muy elocuentes. Hay 159 delincuent­es reincident­es que se alojan en 48 casas okupas. Sus residencia­s son una especie de cuevas de Ali Babá donde cada día llegan nuevos adeptos, muchos de ellos jóvenes extutelado­s por la Generalita­t que el sistema ha dejado en la calle sin papeles para trabajar honradamen­te y que encuentran en la delincuenc­ia la única forma de sobrevivir. Las fuerzas de seguridad saben quiénes son y dónde viven, pero no pueden hacer más que seguirlos, detenerlos y saludarlos cuando salen en libertad a las pocas horas riéndose de los policías que les dieron caza. Un escándalo mayúsculo que parece que hayamos normalizad­o.

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