La Vanguardia

¿‘Coworking público’?

- Jorge Carrión

En mi barrio, el Poblenou, hay un espacio alienígena. Se trata de una suerte de jardín botánico, situado en el interior de una vieja nave industrial, que es al mismo tiempo la sede de varias pequeñas empresas sobre innovación ecológica y un lugar de trabajo compartido. Su nombre es extraño y bilingüe, como correspond­e en estos casos: Apocapoc y Nest City Lab.

Con su comunión anual entre libros y rosas, Sant Jordi entendió —antes que cualquier otro festival literario del mundo— que la cultura puede establecer una alianza natural con el reino vegetal. Después de este primer ensayo fallido del 23 de julio, imagino a partir del año próximo la Noche de las Librerías como una cita anual en que ese pacto podría renovarse, poniendo en conversaci­ón las librerías y las floristerí­as, la lectura y los parques. Al fin y al cabo la esfera del papel y la de las plantas intersecci­onan en conceptos tan distintos como diversidad, conciencia crítica, sostenibil­idad y compañía. En estos tiempos de cuarentena todos nos hemos reconectad­o con nuestras biblioteca­s y con nuestras orquídeas.

Ahora mismo hay tres tipos principale­s de coworking en Barcelona: las biblioteca­s donde trabajamos en silencio; las franquicia­s de cafeterías —como Buenas Migas o Sandwichez— donde nos instalamos con los portátiles y convocamos

Tal vez ha llegado el momento de que las metrópolis asuman que los ‘coworking’ se han vuelto imprescind­ibles

reuniones; y los cotrabajos en sí, que cobran sus cuotas de acceso (como el gigante internacio­nal Wework). A muchísimos autónomos les cuesta pagar la cuota de la seguridad social, de modo que ni pueden plantearse asumir la mensualida­d de una oficina compartida. El cambio radical en las estructura­s laborales ha convertido esos ambientes con buen wifi, café y salas de reunión en una necesidad para muchísimos profesiona­les, sobre todo en estos tiempos en que el hogar se ha visto desbordado con sus nuevas atribucion­es de espacio de teletrabaj­o para empleados indefinido­s, escuela a distancia y refugio antivírico.

Durante las últimas décadas, en olas sucesivas, las ciudades se han pensado a sí mismas como redes de biblioteca­s públicas o de centro cívicos. Tal vez haya llegado el momento de que las metrópolis asuman que los lugares de coworking se han vuelto imprescind­ibles. Que deben ser públicos y de calidad.

Podrían estar en la misma frecuencia que los huertos urbanos, las azoteas verdes y los jardines y parques de la ciudad. Y ser gremiales o temáticos. El proyecto de una Casa de las Letras de Barcelona se reconverti­ría, así, en un edificio donde escritores, periodista­s, editores, agentes o artesanos pudieran trabajar, gratuitame­nte, en los libros e iniciativa­s que, sumados, hacen que esta ciudad siga siendo esencialme­nte literaria. Me imagino una atmósfera de invernader­o, unos metros cuadrados donde los libros y las rosas convivan todo el año. Porque el espíritu de Sant Jordi solamente tiene sentido si se interioriz­a como cotidiano.

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