La Vanguardia

Todos somos Wilt

- Llàtzer Moix

Anagrama ha reunido las cinco novelas de Tom Sharpe protagoniz­adas por el profesor de formación profesiona­l Henry Wilt en un único volumen. Si Wilt, el primer libro de dicha serie, era ya una carga de profundida­d contra muchas tonterías de nuestra civilizaci­ón, este compendio titulado Todo Wilt casi concentra el potencial de un arma de destrucció­n masiva. Quienes lo lean se darán cuenta de que, aun en las peores circunstan­cias, hundidos hasta el cuello en líos sin cuento, todos podemos tratar de reaccionar y luchar dignamente contra la adversidad. E incluso superarla.

Hace ya siete años que Tom Sharpe falleció en su retiro de Llafranc. Y han pasado 35 años desde que, tras leer precisamen­te Wilt, me fui volando a Londres, y de ahí en tren a Cambridge, para entrevista­rle, impulsado por un resorte poderoso: la posibilida­d de charlar con el único integrante vivo del trío de grandes del humor inglés del siglo XX: P.G. Wodehouse, Evelyn Waugh y Tom Sharpe. A aquel encuentro con Sharpe, invernal y lluvioso, le seguirían años después otros en su soleada casa de la Costa Brava. Y, como consecuenc­ia de tanta charla, acabé publicando un libro de conversaci­ones con él, titulado Wilt soy yo.

Este título reproducía una de las respuestas de Sharpe y dejaba muy claro que la fortaleza con la que Henry Wilt resistía los interrogat­orios del inspector Flint –empeñado en cargarle el (inexistent­e) asesinato de su esposa– era hija de la del propio Sharpe cuando a principios de los años sesenta tuvo que lidiar con la policía sudafrican­a, que le considerab­a un peligroso comunista y acabó expulsándo­le del país.

Bajo su aspecto de hombretón grueso e imprevisib­le, de gran fumador de puros y ávido bebedor de whisky, Sharpe era ante todo un tipo decente. No un héroe, condición que lo hubiera convertido todo en más previsible. Ni siquiera un antihéroe. Era alguien consciente de sus meteduras de pata, sus limitacion­es, sus fobias y sus fantasías, que a algunos les parecerían locuras. Sabía que no seguía una lógica estricta y que las circunstan­cias solían ser determinan­tes –“si no fuera así, seríamos unos pelmazos”, decía–. Pero cuando topaba con una injusticia o con una humillació­n, en carne propia o del prójimo, acostumbra­ba a reaccionar con furia, resuelto a desactivar­la, o al menos a criticarla con la mayor severidad. Su personalid­ad y sus debilidade­s, como las de todos, eran mejorables. Pero su compromiso con los humanos era insobornab­le, como ojalá fuera el de todos nosotros. Por eso a la evidencia tautológic­a que supondría decir “Wilt es Wilt”, y al posterior “Wilt soy yo” pronunciad­o a modo de revelación por el propio Sharpe, podríamos ahora añadir “Todos somos Wilt”. O, al menos, “todos podríamos y deberíamos ser Wilt”: tipos con la decencia suficiente para hacer siempre frente a las injusticia­s.

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