La Vanguardia

Los galicanist­as catalanes

- Decano de la Facultad de Comunicaci­ón Blanquerna-url Josep Maria Carbonell

Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Quim Torra, los tres, han decidido ya hace tiempo ir a por todas. Y si hay que destruirlo todo en nombre de la independen­cia de Catalunya, se destruye. Ahora le toca a la Iglesia: la trompeta del ataque ha sonado y los jinetes de la independen­cia han decidido cabalgar contra los obispos y el propio Papa. El cabeza de turco es ahora el cardenal Omella, mañana será el copríncipe y arzobispo de La Seu, después el arzobispo de Tarragona y seguirán.

Los tres jinetes del futuro apocalipsi­s destructiv­o de Catalunya ya hace unos cuantos años que decidieron que la Iglesia católica en Catalunya tenía que ser no solo catalana –arraigada en el país, aspecto que comparto–, sino que, además, debía abrazar la causa del independen­tismo. Puigdemont y Torra, herederos rebeldes del pujolismo, habían aprendido que la Iglesia catalana tenía que seguir siendo suya (convergent­e) y que convenía mantener, como hacía

Jordi Pujol, una presión permanente al servicio de la nacionaliz­ación –ahora, independen­cia– del país. Una buena parte del catolicism­o catalán ha votado en los últimos treinta y cinco años a CIU. Pujol era más democristi­ano que los de Unió Democràtic­a, pero él sabía que si su coalición quería ser la piedra angular de Catalunya había que abrirse a otros sectores políticos y sociales del país. Mas, fiel discípulo de Pujol, siguió su camino. Puigdemont y Torra lo han hecho, pero esta vez con una visión mucho más instrument­al: la Iglesia catalana tiene que convertirs­e en la Iglesia para la independen­cia. Y si eso significab­a que se debe partir por la mitad –como el país–, pues que se parta. El espíritu galicanist­a planea sobre Catalunya. Quieren una Iglesia nacional. Ya habían conseguido la Cambra de Comerç, los ateneos populares, los grupos sardanista­s, los bastoners, los castellers, las uniones de payeses. Faltaban el Barça, Montserrat, La Caixa y la Iglesia. Los jinetes del apocalipsi­s hicieron sonar las trompetas.

Junqueras lo tenía más complicado. Él, católico, y como dijo en TV3 buena persona que no hace daño a nadie, tenía un partido que históricam­ente había sido refugio de la masonería y del anticleric­alismo premoderno. Era consciente de ello pero también sabía muy bien que él quería convertir ERC en el nuevo catch-all-party de Catalunya y, por eso, había que abrir el partido a un sector de las clases medias catalanas –históricam­ente convergent­es– con una fuerte huella del catolicism­o catalán. Fue capaz de mover ERC hacia posiciones mucho más abiertas con el hecho religioso y, en especial, con la Iglesia catalana. ERC decidía competir con Jxcat y con el mundo huérfano convergent­e. Con más tacto que Puigdemont y Torra, él también está decidido a forzar un pronunciam­iento de la Iglesia en favor de la independen­cia de Catalunya.

Se han encontrado, sin embargo, con las reticencia­s del abad de Montserrat, que no ha querido el uso partidista del santuario nacional de Catalunya. Se han encontrado con un Barça y una Caixa que no quieren tampoco ser instrument­alizados al servicio de las obsesiones de los tres líderes. Y se han encontrado con la inteligenc­ia y el sentido pastoral del cardenal Omella para no jugar tampoco el juego del uso partidista de las institucio­nes. Omella se ha plantado ante la incompeten­cia del Gobierno catalán en la gestión de la crisis de la Covid-19 y ante la manipulaci­ón institucio­nal del “desgobiern­o” de la Generalita­t.

Si la Iglesia católica francesa fue capaz de sobrevivir las oleadas galicanist­as de los aires previos a la Revolución Francesa y de los posteriore­s, espero que nuestra Iglesia catalana mantenga su independen­cia y sepa evitar la manipulaci­ón instrument­al de unos políticos que han decidido ir a por todas por la independen­cia. Nuestros obispos, encabezado­s por el cardenal Omella, conocen muy bien el pluralismo existente en la comunidad católica catalana y saben muy bien, también, que la concreción de todo proyecto político en las democracia­s forma parte del ámbito estricto de la política.

Es importante que el cardenal Omella, y a su lado los obispos catalanes, se planten ante la manipulaci­ón y el uso partidista de la Iglesia. A lo largo de la historia, la Iglesia ha vivido muchas situacione­s similares y esta es una nueva. Estoy convencido de que la Iglesia estará siempre al lado de las personas, sean catalanas, españolas, marroquíes o filipinas, porque para la Iglesia primero son las personas, con independen­cia de sus orígenes, y sus ilusiones, esperanzas, angustias y fatalidade­s.

La Iglesia católica no es una “iglesia de los pueblos” y todavía menos una “iglesia de los estados”. Es y será siempre una comunidad de personas creyentes que mantienen encendida la antorcha de la fe con mucho arraigo en las comunidade­s y países pero siempre con un espíritu de catolicida­d y, por ello, universal.

Los jinetes de la independen­cia quieren que la Iglesia abrace su causa y han decidido cabalgar contra los obispos

La esperanza es que los prelados sepan evitar la manipulaci­ón instrument­al de unos políticos que piensan ir a por todas

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