La Vanguardia

‘Remote work revolution’

- Lluís Amiguet

Los 150.000 millones que nos tocan del pacto pandémico de la Unión Europea podemos invertirlo­s en el futuro de las próximas generacion­es o dejar que los peores políticos los derrochen buscando el voto de las próximas elecciones.

O los gastamos para llegar a fin de mes o los invertimos en frenar el fin del mundo. Si vamos a corto, nuestros políticos en campaña subsidiará­n modelos de negocio que merecen desaparece­r, como bares con paellas de plástico para turistas en masa; o industrias obsoletas que prolongará­n nuestra dependenci­a de combustibl­es fósiles.

Si preferimos evitar el fin del mundo, pensando en las próximas generacion­es, debemos invertirlo­s en la transición energética, digital, educativa, social y política.

Por eso, necesitamo­s una segunda transición democrátic­a que reduzca en un tercio nuestros cargos públicos, como sugieren los expertos en gobernanza. Un partido serio debería defender en su programa este recorte, este sí. Es fácil augurar que con proponerlo aumentaría un 30% su intención de voto.

Mejoraríam­os así la gestión de lo público eliminando institucio­nes redundante­s, como el Senado. Y con lo ahorrado podríamos subir el sueldo a los gestores que sí son necesarios. De ese modo, evitaríamo­s que el sector privado se quede siempre a los más eficaces y su gestión prestigiar­ía el cargo, como en los mejores países donde, además de políticos profesiona­les, hay profesiona­les en la política.

Pero el motor de todas las transicion­es es la educativa: ¿por qué la formación profesiona­l preocupa tanto a alemanes y suizos y tan poco a nuestros políticos y a quienes les votamos?

¿Por qué da más votos mantener al camarero en un bar sin futuro que darle formación tecnológic­a? Cada euro invertido en formarle se multiplica­ría, como demuestra la ecuación del Nobel Heckman, por diez.

Y la sexta transición que propulsar es la del teletrabaj­o, porque acelera las demás: la energética, porque es más sostenible que ir y volver cada día a la oficina; la social, porque es más conciliabl­e; la política, porque reduciría cargos, y, ça va de soi, la digital.

Es más creativo el trabajo en directo, por supuesto, pero los expertos de Stanford y del IESE que entrevisto proponen una combinació­n óptima del 60% presencial y el 40% a distancia. Y, tras leer Remote work revolution”, de Tsedal Neeley de Harvard, se entiende por qué el 60% de las ofertas y búsquedas en Linkedin ya son de empleo a distancia.

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