La Vanguardia

El enemigo

- Pilar Rahola

Tengo la convicción de que Carles Puigdemont no es percibido por sus oponentes como el adversario político que hay que vencer, sino como el enemigo que hay que abatir, y esta percepción lo convierte en la pieza mayor de una cacería que empezó en el 2017 y que ahora se ha activado con más fuerza que nunca. Solo faltaba el éxito de su libro M’explico –cuyas explicacio­nes deben crear urticaria en muchas pieles del independen­tismo–, y el runrún persistent­e que puede ganar las elecciones pese a las encuestas (insistente la letanía, “ERC siempre gana las encuestas, pero pierde las elecciones”), para que la furia contra Puigdemont sea más desacomple­jada y descarnada. Las balas disparan en todas direccione­s: los que le perdonan la vida desde un paternalis­mo presuntame­nte cómplice, la mayoría de ellos huidos de la esfera independen­tista por miedo, estatus, desazón profesiona­l, comodidad...; los que lo acusan de irresponsa­ble, convertida la causa del 1 de octubre en una especie de hormonació­n adolescent­e que hay que superar, ahora que volvemos al sentido común y a la madurez; y los que directamen­te lo difaman con todo tipo de mentiras, y menospreci­os, y un retrato de loco del pueblo al que hay que aislar y encerrar detrás de los barrotes.

Puigdemont no es tratado como un líder, sino como un objetivo, y lo es porque es el único que mantiene la ilusión de un futuro diferente, en un océano de pragmatism­o servil que se ha rendido definitiva­mente. Tanto las informacio­nes, como los análisis que se hacen de su figura, no lo respetan como un agente político activo y decisivo en el panorama catalán, sino como un personaje estrambóti­co, perdido en un exilio menospreci­ado, y secuestrad­o por quimeras fútiles. No deja de ser muy notoria la diferencia de trato que recibe Junqueras en la prensa, convertido en una especie de líder serio, dotado de la virtud del pragmatism­o. Mientras Junqueras es un líder político, Puigdemont es un orate, y a partir de aquí el primero cuenta y el segundo es descontado, como si fuera un grano que un día u otro podrán arrancar. ¿Por qué? ¿Porque Junqueras es más brillante, más líder, más político, más eficaz? ¿Todos los que lo elogian y lo sitúan en el podio de los escogidos, lo hacen porque han descubiert­o la luz de su sabiduría, o porque creen que ha renunciado a confrontar­se con el Estado? Es decir, lo salvan no porque lo respeten más, sino porque lo tienen más controlado. La cuestión es preguntars­e si tanto halago de determinad­os poderes a Junqueras hace daño a Puigdemont, o, al contrario, deja las cosas muy claras. Y sí, es una pregunta retórica.

Puigdemont, no es el adversario que vencer, sino el enemigo que hay que abatir

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