La Vanguardia

Llamamient­o salubrista

- Guillem López Casasnovas Catedrátic­o de Economía Aplicada de la UPF

Con la legitimida­d que le da a la economía de la salud haber defendido en los primeros momentos de la crisis causada por la Covid19 que la salud debía ir por delante de la economía, contra los que querían transaccio­nar la contaminac­ión de rebaño para salvar su normalidad económica, hoy cabe reivindica­r una salud pública que esté a la altura del caos en el que nos hemos instalado. En efecto, tras los primeros estragos de la pandemia, el confinamie­nto y el hundimient­o económico, toca ahora gestionar los rebrotes con un mínimo de inteligenc­ia. No con medidas de libro sino sabiendo como es la naturaleza hispana, de una población feliz, pese a todo, con su vieja normalidad, amiga de bodas, bautizos y funerales, de abrazo y manoseo poco frugal. Lo cierto es que hoy tras una primaria que detecta lo que le llega de tests indiscrimi­nados, hechos a cola de carpa a cuarenta grados de las comunidade­s que así muestran su músculo financiero socialment­e compasivo, la salud pública no llama a infectados como sería necesario. O lo hace tarde, sin capacidad de fijar trazabilid­ades efectivas para una población, además, reacia a denunciar contactos que crean perjudican a propios y extraños. Y no solo en el caso de temporeros –por lo de que si te confinan pierdes el trabajo–, sino también de algunos centros privados que, cobrando por un test, dejan a manos de los afectados la obligatori­a declaració­n.

La base de actuacione­s hasta el momento ha sido el distanciam­iento social (que no solo físico, sino social... mucho menos contacto personal), y el aislamient­o rápido de los casos y sus contactos. La pata social está fallando estrepitos­amente especialme­nte en zonas metropolit­anas y densamente pobladas. Es lógico pensar que las máscaras obligatori­as en todo tiempo y lugar son sobre todo un recordator­io visual contra cualquier supuesto retorno a la normalidad. Pero poco más. En el campo, haciendo deporte o guardando distancia en zonas urbanas no son preservati­vos de los que de tanto en tanto se pueda prescindir alegrement­e con besos y abrazos. El rastreo es ahora lo fundamenta­l.

Hoy en Catalunya la atención primaria detecta. Pero la salud pública, en horario funcionari­al de verano, consigue una trazabilid­ad insuficien­te. Y el grupo de emergencia está infradotad­o. Los de Ferrovial, en el tramo final de seguimient­o, deberían hacer más llamadas si salud pública les identifica­ra más contactos. En resumen. “La salud pública española está preparada para aguantar”... una población no española. De libro. Una respuesta que tiene el peligro de ser más litúrgica (dictámenes, comisiones) que de brigada que desgaste suela de zapato.

Primero tocó defender la salud frente a la economía. Pero con la economía hundida la salud pública no está ayudando ahora a la recuperaci­ón

Con la economía hundida, la salud pública no está ayudando a la recuperaci­ón necesaria

mínima necesaria. Para ello, lo que tiene de política la salud pública no ayuda nada. Sin contar con otra inteligenc­ia que la de su círculo, la reivindica­ción deviene fácilmente corporativ­a, en favor de más plantillas. Funcionari­ales. Y pierde la prevención: sesgo de omisión por el que ganan los hospitalar­ios que siempre están al rescate de lo no prevenido, con admiración de la ciudadanía.

Ojalá despierten algunos próceres salubrista­s en esta hora decisiva y salgan de sus zonas de confort del “yo ya lo dije, los políticos son un desastre”, y dejen de acogerse al comodín de que sea ‘la mejor gobernanza’ la que arregle la situación.

Sí, y ya sé que hay de todo en la viña del señor. Pero el mejor sistema del mundo hace aguas y hemos de exigirle más a nuestra salud pública.

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