La Vanguardia

¿Por qué debería obedecerte ahora?

- Carlos Zanón

Qué sucede cuando te has cargado las tuberías de debajo de tu casa, de tu calle, de tu ciudad? Lo más probable es que cuando abras el grifo no salga agua. Sin fundamento­s éticos, sin argumentac­iones filosófica­s, sin los distintos imaginario­s que mediante el mito y lo literario crean valores culturales y conforman una sociedad, es bastante difícil convencer a alguien de que haga algo que no quiere hacer. En el momento en que decides optar por menospreci­ar la cultura estás optando por la propaganda como forma comunicati­va. Y por un Estado coercitivo como única forma de gestión.

Puedes exigir sacrificio­s a tu comunidad si ostentas autoridad moral para ello. En caso de que carezcas de ello, solo cabe que la chantajees o la amenaces. O la culpabilic­es. Si hay segundo brote, la culpa es nuestra. En parte es cierto. Pero ¿y su culpa…? En todo el mundo nos gobiernan hombres con carencias severas y psicopatía­s notorias y a todos se les ha votado en urnas y parlamento­s. A muchos de ellos solo les falta nombrar cónsul a su caballo favorito. De hecho, han hecho cosas más graves: no han sabido protegerno­s y nos han dejado morir, han reventado sociedades, han cortado el suministro ético a ciudades, países enteros, han hecho de la mentira su búnker en Berlín. Pero no cabe alegar engaño: somos parte de esa estafa.

Y ellos, que nunca pagan por lo que dicen ni por lo que hacen ni tampoco por lo que dicen que hacen, resulta que ahora interpelan a nuestra responsabi­lidad. Nos encerramos en marzo en casa por miedo. Miedo a morir y a matar a nuestros viejos. Y ahora nos lo vuelven a pedir pero ya no tenemos ese miedo. Tenemos otro. Un miedo que la propaganda no calma mientras dices que me quede en casa. Que me ponga la mascarilla. Que sea obediente. Que trate de no ser emocional. El mecanismo que me lleva a abrazar a mis amigos porque es impensable que en la amistad o el amor haya contagio es el mismo que tu propaganda me convenció para distinguir entre comunidade­s buenas y malas, santos y villanos, leyes que he de decidir si acato o no dependiend­o de la temperatur­a a la que me hierve la sangre. Has hecho que detenerse en un semáforo en rojo sea una cuestión arbitraria. Pero ahora vienes y me dices que cruce. En realidad, la pregunta es sencilla: ¿por qué debería…?

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