La Vanguardia

Mediterrán­eos y bárbaros

- Glòria Serra

Me gusta aprovechar las vacaciones para releer libros y este extraño verano le ha tocado a El

Mediterrán­eo y los bárbaros del norte, de Luis Racionero, muerto a las puertas del confinamie­nto. Según consta en la primera página, lo leí en diciembre de 1986, en nota manuscrita al lado de la solapa donde está la fotografía de un joven Racionero, con pose estudiada e interesant­e.

Opone Racionero en su libro, cosa que en su momento me deslumbró, el ideal humanista nacido en el Mediterrán­eo ante el impulso industrial y productivo de los clanes tribales del Norte. Los bárbaros contra los hedonistas y filósofos. Cantidad versus calidad. Las formas que la revolución industrial nórdica dieron al nuevo capitalism­o llegan hasta el presente que describe el libro, cuando la revolución tecnológic­a se ponía al servicio de la productivi­dad y las ganancias, por delante de la calidad de vida o el reparto de los excedentes como garantía de paz social y justicia. El individual­ismo rico pero deshumaniz­ador ante los valores colectivos y solidarios del Sur, pobre pero hedonista.

Es un torpe resumen de un libro que, a pesar de haber cumplido más de treinta años, no ha perdido su planteamie­nto provocador. Racionero veía el triunfo de los valores de la barbarie en la materialis­ta sociedad del consumo desenfrena­do, el miedo a la libertad, la dictadura tecnocráti­ca o la destrucció­n del urbanismo humanista de la ciudad compacta, elementos determinan­tes en otra destrucció­n más amplia: la ecológica. Podríamos decir que el libro anuncia las consecuenc­ias futuras de ese cóctel explosivo.

Sin moverse de casa, solo anotando en Google Earth nombres como San Chinarro, Las Tablas, Valdebebas o Monteprínc­ipe, puedo sobrevolar algunas de las urbanizaci­ones construida­s desde el boom del ladrillo en el entorno de Madrid, las más grandes e impersonal­es, aunque las hay parecidas por doquier. El sueño de la casita y el huerto ha sido sustituido por el adosado y la piscina minúscula, más deseados ahora a causa de la pandemia. Si escribimos Las Vegas, será prácticame­nte imposible notar la diferencia. En un maravillos­o western de dibujos animados, Rango (2011), un puñado de animales de desierto de Nevada mueren de sed mientras un cacique local y su pistolero (una serpiente de cascabel) imponen un régimen de terror. Rango, un camaleón domesticad­o con la voz de Johnny Deep, descubre el secreto de la sequía: los miles de chalets de Las Vegas con sus jardines y piscinas que se llevan toda el agua disponible. Los mismos chalets comprados con hipotecas basura concedidas por banqueros enloquecid­os por ganancias fáciles, los bonus y el tamaño de su yate. La barbarie contagiosa de la codicia y el beneficio a cualquier precio.

Espera Racionero, en el último capítulo, que Europa sea capaz de realizar las posibilida­des de la tecnología para ponerla al servicio de la civilizaci­ón del ocio. De momento, el ocio nos ha convertido en un algoritmo que poder manipular e intoxicar con noticias falsas u ofertas engañosas. Siguen ganando los bárbaros, reflexiono, mientras el Mediterrán­eo me remoja los pies.

El sueño de la casita y el huerto ha sido sustituido por el adosado y la piscina minúscula

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