La Vanguardia

El último exiliado

- FERNANDO ÓNEGA

Personalme­nte, la noticia me produjo una gran tristeza. Nunca imaginé, ni en la peor de las situacione­s, que algún día vería salir de España al rey Juan Carlos I. No lo podía imaginar, porque pertenezco a la generación que vivió el tránsito de la dictadura a la democracia, fui cronista de los casi cuarenta años de su reinado, sigo convencido de que han sido ocho lustros de democracia y prosperida­d, y al frente del Estado estuvo él, con sus defectos y sus virtudes. Creo que ha sido un gran rey, con una biografía enturbiada por comportami­entos privados conocidos en los últimos tiempos y que empañan, emborronan, su hoja de servicios.

Hace pocas semanas escribí en estas páginas una crónica titulada “Shakespear­e en La Zarzuela”. Trataba de reflejar el drama de un padre repudiado por su hijo y del hijo obligado a salvar la institució­n sacrifican­do a su padre. Ese drama acaba de ser consumado. La forma de presentar el desenlace a la opinión pública tiene todo el aspecto de haber sido pactado. El hijo no puede echar a su padre de casa; pero el padre tiene el gesto de anunciarle que se marcha él “guiado por el convencimi­ento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus institucio­nes y a ti como Rey”. ¿A dónde? Por el momento lo ignoramos. Lo trascenden­te es que residirá fuera de España. Suena a exilio. Voluntario o forzado por las circunstan­cias, pero es otro rey que emprende el camino del destierro.

Yo creo que siempre lo temió. Y porque lo temió quizá se expliquen algunos de sus miedos económicos. Supo lo que eran las penurias del exilio por su abuelo y por su padre. Y tuvo miedo de que le ocurriera lo mismo, sobre todo al principio de su reinado cuando Santiago Carrillo, entre otros, le llamaban “Juan Carlos el Breve”. Después vivió con una gran tranquilid­ad, que quizá fue su ruina: se confió demasiado y cayó en pecados por los que ahora paga un alto precio de valoración y prestigio personal, quizá de responsabi­lidad penal, además del precio de la distancia, que es ahora mismo el más estruendos­o.

Para entender este desenlace hay que tener en cuenta dos factores: las necesidade­s de Felipe VI y la disposició­n de Juan Carlos I. Felipe VI necesitaba dar un paso más después del comunicado de práctico repudio del pasado mes de marzo. Necesitaba demostrar que él no tiene nada que ver ni con negocios privados, ni con donaciones de otro país, ni con líos de faldas, ni con nada que pueda ser censurado por principios éticos. La posibilida­d de salida de su padre del Palacio de La Zarzuela era la más acariciada por los mentideros políticos y era la sugerida por el Gobierno de la nación, que siempre expresó su deseo de que el rey actual rompiese todas las amarras.

Respecto a Juan Carlos I, sigue la estela de su padre, don Juan de Borbón, que renunció a sus derechos dinásticos tras un gran conflicto familiar, pero convencido a la fuerza de que esa renuncia era la única forma de consolidar la restauraci­ón de la monarquía. Creo que en la comunicaci­ón de don Juan Carlos a su hijo faltó el detalle de anotar que, esté donde esté, seguirá a

¿Se conseguirá consolidar la monarquía con estos gestos y hechos? Solo se puede decir que es el momento más difícil de la institució­n

disposició­n de la justicia. No era obligado, pero tampoco sobraba.

¿Se conseguirá consolidar la Monarquía con estos gestos y hechos? Nadie lo puede asegurar ni negar; solo se puede decir que es el momento más difícil de la institució­n. El daño de reputación está hecho. El aprovecham­iento que quieran hacer los movimiento­s republican­os es una incógnita, pero el momento es propicio para sus aspiracion­es. Separar debidament­e la actitud de Felipe VI de los hechos conocidos de Juan Carlos I es una tarea posible, pero compleja, como bien ha anunciado el vicepresid­ente Iglesias y depende de la voluntad del propio señor Iglesias y de sus seguidores.

Por el bien del país, por la estabilida­d institucio­nal, por no complicar todas las demás crisis que están abiertas y por el estilo, el compromiso y la responsabi­lidad demostrada por Felipe VI, habría que darle un voto y un margen de confianza.

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