El fuego devora la Amazonia
Los peores temores se están cumpliendo un año más. La Amazonia brasileña, la mayor selva tropical del mundo, está volviendo a ser devastada por los incendios forestales, como ya sucedió en el 2019. El pasado mes de julio, hasta el día 30, se habían registrado 6.081 fuegos, y solo el día 31 hubo 1.007 incendios más, el número más alto en una sola jornada desde el año 2005.
La situación es muy preocupante pues, tradicionalmente, el mes de agosto es el que marca la temporada de incendios. El año pasado hubo 30.900 durante ese mes y, en los últimos doce meses, la deforestación ya supera la del año anterior, que ya fue la más elevada en décadas.
Los incendios se producen en gran medida para limpiar la tierra de forma ilegal y poder así explotar la agricultura, la ganadería y la minería. Los grupos ecologistas acusan al presidente Bolsonaro, un negacionista del cambio climático, de alentar esa deforestación con sus llamamientos a abrir la selva para desarrollar en ella esas actividades agrícolas e industriales. El presidente brasileño, ante la fuerte presión de decenas de empresas y de fondos de inversión extranjeros que han amenazado con abandonar Brasil si no se pone freno a esta deforestación, ha dictado algunas medidas para que el ejército coordine las acciones ambientales en la Amazonia y ha prohibido la tala y quema de terrenos para preparar la tierra para las siembras. Pero tanto la oposición como Greenpeace consideran que se trata de medidas cosméticas y mediáticas que no frenarán la deforestación ilegal.
Bolsonaro ha cambiado de estrategia. Hace unos meses, su ministro de Medio Ambiente sugirió, en un Consejo de Ministros cuyo contenido se hizo público, relajar las normas medioambientales aprovechando que la atención mediática del país estaba centrada en el coronavirus. Y el presidente le hizo caso. Entre marzo y mayo, el Gobierno ha aprobado 195 medidas de desregulación y reducción de los derechos indígenas en la Amazonia. Y ahora pretende que el Congreso apruebe una ley que regularizaría todas las áreas públicas amazónicas ocupadas ilegalmente en el pasado, lo que beneficiaría a los grandes terratenientes y ganaderos, pues se calcula que unos 600.000 kilómetros cuadrados, una superficie similar a la de la península Ibérica, de tierras del Estado han sido apropiadas ilegalmente. La lucha entre economía y ecología parece decantarse en Brasil en favor de la primera. La inmensa mayoría de fuegos se producen en zonas previamente deforestadas y ese es uno de los graves problemas que afectan al ecosistema. Los incendios, además, están alterando el clima de Brasil y de los países colindantes, aumentando las sequías. Para los grupos ecologistas, esos fuegos no son un fenómeno natural sino fruto de la acción humana, y el resultado es que la deforestación no ha dejado de crecer en Brasil desde el año 2012.
Récord de incendios en Brasil mientras Bolsonaro esconde nuevas leyes que crearán más deforestación