La Vanguardia

Lo imposible y lo inevitable

- Carles Mundó

El legado de la presidenci­a de Quim Torra al frente de la Generalita­t de Catalunya supondrá un paso atrás en las aspiracion­es de una parte muy importante de los catalanes que consideran que la mejor manera de servir a los ciudadanos es convertirs­e en un Estado independie­nte. Al menos así lo indican los datos del Centre d’estudis d’opinió (CEO) cuando pregunta a los catalanes por esta cuestión. En el último barómetro, publicado la semana pasada, un 50,5% se manifestab­a en contra de que Catalunya sea un Estado independie­nte, mientras que el 42% se pronunciab­a a favor. La cifra es similar la registrada por el mismo barómetro en junio del 2015, cuando los que rechazaban la independen­cia eran el 50%.

Estos datos contrastan con el tono utilizado por el president, con manifestac­iones categórica­s y con una actitud insobornab­le en favor del objetivo de la independen­cia, que han marcado la legislatur­a. Además, tras la celebració­n de un juicio infame por el referéndum del 1 de octubre y unas condenas de cárcel aberrantes, la evolución del apoyo a favor de los planteamie­ntos independen­tistas tiende a la baja, contrariam­ente a lo que muchos daban por supuesto.

Sin embargo, el mismo sondeo señala otros elementos importante­s. En primer lugar, sería de miopes menospreci­ar el 42% de apoyo a la independen­cia, porque es una cifra de gran relevancia política. Buena muestra de ello es que, paradójica­mente, en el mismo barómetro los partidos independen­tistas, con ERC al frente, incrementa­rían el número de escaños en el Parlament, alcanzando los 73. Quien ningunee esta realidad demuestra una torpe capacidad de análisis, pues en cualquier Estado con una mínima sensibilid­ad democrátic­a se habrían encendido todas las alarmas políticas para buscar soluciones que dieran satisfacci­ón a una proporción tan significat­iva de ciudadanos. Y otro dato muy elocuente es que el 78% de los ciudadanos responde sí cuando se les pregunta si está a favor del derecho a decidir el futuro político de Catalunya votando en un referéndum.

Es muy evidente que la legislatur­a del president Torra no habrá servido para reforzar el apoyo a la independen­cia porque sus mensajes no han conectado con la centralida­d del electorado, que considera que la consecució­n del objetivo de la independen­cia no se fortalece con proclamas maximalist­as, por muy honestas que estas sean. Una parte importante de quienes entienden la independen­cia como una opción legítima y que defienden que la solución tiene que venir de un proceso netamente democrátic­o, donde se acrediten mayorías inapelable­s, no se siente seducida por posiciones de todo o nada.

El mejor servicio que se puede hacer cuando se está al frente de las institucio­nes es buscar el mínimo común denominado­r para aglutinar al mayor número de gente que permita avanzar en el objetivo perseguido. Dar por supuesto que una mitad muy convencida podrá imponer sus planteamie­ntos a la otra mitad refractari­a a estas posiciones demuestra que se ha optado por una estrategia que raramente puede resultar ganadora.

El consenso del 78% a favor del referéndum, que aun hoy se mantiene granítico, debería centrar la acción y la iniciativa política para traducir esta posición en una rotunda mayoría parlamenta­ria para ganar la legitimida­d de las urnas. Debe pasarse del dato estadístic­o a la realidad parlamenta­ria y actuar políticame­nte en este eje.

Nunca se puede renunciar a la bandera del diálogo ni se puede dar por supuesto que una solución democrátic­a, como es el referéndum, nunca se va a conseguir. Es evidente que con la correlació­n de fuerzas actual y los índices de apoyo a la independen­cia, hoy esta vía parece una quimera. Por ello, justamente, hay que aglutinar la máxima fuerza electoral entorno a una idea ganadora, la del referéndum, para conseguir que aquello que hoy es imposible se convierta en inevitable. Las experienci­as que más semejanzas tienen con nuestro contexto político son las del Quebec, en Canadá, y Escocia, en el Reino Unido. Exigir una ley de claridad, para fijar las reglas del juego democrátic­o y exigir la celebració­n de un referéndum son dos elementos que conectaría­n con las conviccion­es y los ritmos de una gran mayoría de catalanes.

Segurament­e, planteamie­ntos como estos no dan satisfacci­ón a aquellos independen­tistas, nuevos o veteranos, que están hartos de esperar y que quieren resultados ya. Incluso a algunos les debe sonar a renuncia y claudicaci­ón. Pero no basta con tener muchas ganas de conseguirl­o, sino que hace falta que mucha más gente también lo quiera. Quien tenga una fórmula ganadora que solo requiera una gran determinac­ión verbal y gestual, confiando en que la mayoría política y social caerá como la fruta madura, ya nos contará a todos cómo se hace, porque no por mucho madrugar amanece más temprano.

La legislatur­a del president Torra no habrá servido para reforzar el apoyo a la independen­cia

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