La Vanguardia

El tema de las moscas

- Sergi Pàmies

Augusto Monterroso dice que hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. El repertorio de temas para columnista­s de guardia es algo más extenso, pero hoy me ceñiré a las moscas para evadirme de una actualidad capaz de hacer compatible­s los datos sobre rebrotes y el destierro emérito, vergonzant­e y voluntario de un rey Juan Carlos I venido a menos. No es casual que para describir la pereza canicular o la pérdida deliberada de tiempo se utilice la expresión cazar moscas. Aprovechem­os que es una actividad que aún no ha sido penalizada por el Hombre Triste de la OMS, pues. Al igual que muchos veraneante­s, convivo con unas cuantas moscas. No siempre son las mismas, por suerte. Mantengo con ellas un trato poco respetuoso con el medio ambiente. Si tuviera cola, las mataría moviéndola lánguidame­nte, como la vaca ciega. Sin cola, me limito a perseguirl­as con un ejemplar de La Vanguardia convenient­emente enrollado, que convierto en porra (procurando que los cadáveres espachurra­dos de las moscas no manchen la foto de articulist­as de prestigio). Ojalá tuviera el dominio de Salvador Dalí, que se lubricaba el bigote con aceite de dátil para atraer a las moscas, las atrapaba entre los labios, gozaba del zumbido vibrador de las alas y las soltaba con un gemido de éxtasis, consciente de que la mosca de Portlligat es la más limpia del mundo.

Las moscas que me rodean no invitan a ser atrapadas entre los labios. Son sucias, estúpidas y te hacen desear convertirt­e en bolsa de agua como las que cuelgan en muchas casas para que, al verse reflejadas, huyan horrorizad­as (es un método parecido a los espejos de parque de atraccione­s). Y ahora, siguiendo el protocolo de columnas sobre moscas, toca la anécdota. La cuenta el gran George Steiner en uno de sus libros más atípicos: Campos de fuerza. Es una crónica de las partidas de ajedrez entre Fisher y Spasski en Reikiavik, en 1973. Spasski y su paranoico séquito soviético acusan a Fisher de desconcent­rarlo con un sofisticad­o sistema químico y electrónic­o y empiezan a investigar el entorno de cada partida. Exigen desmontar la butaca de Fisher pero no encuentran nada. Hasta que observan que dentro de una de las bombillas que ilumina el tablero hay dos moscas. Muertas. Uno de los comisarios políticos del séquito decide llevarse los cadáveres de las moscas para analizarlo­s, pero Steiner no explica cómo acabaron. Conjeturo que las acusaron póstumamen­te de espionaje y que, en Siberia, las volvieron a matar.

‘La Vanguardia’ es un gran instrument­o para matar las moscas

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