La Vanguardia

Un charco para Isadora

- Clara Sanchis Mira

Nada como una preocupaci­ón tangible para olvidar tus historias

Ella, toda ojos y con esos dedazos, va a ser este agosto el centro de nuestras preocupaci­ones, y hay que agradecerl­e que así nadie estará demasiado ocupado en sus historias personales. Aquí hay como quien dice cuatro casas, viento, bestias, caminos polvorient­os, cielos descomunal­es y todos los bichos del mundo haciendo lo que les da la gana. Levantas un pedrusco y lo que hay ahí no se puede explicar. La calma de este pueblo perdido es pura apariencia. A veces, una mosca coge fijación y te persigue por la casa, amante suicida te ronda la oreja, la boca, los muslos, loca perdida quiere pasar contigo el resto de su vida, cada vuelito un zapatillaz­o más corta. El campo te conecta con la vida, con la mierda y con la muerte. Todo a la vez. Esta mañana un zorro pasó como un rayo y por la tarde yacía en la cuneta con un hilo de sangre en el cuello, su cuerpecito absurdamen­te inmóvil con esa cola tan grande y tan bonita. Aquí las cosas son todo o nada. Algunas tardes hay un viento exagerado, un sol de justicia y un silencio justiciero que ha acabado con alguno. Hay quien se quedó colgado mirando fijamente a una vaca sin tener costumbre, quien se encontró consigo mismo corriendo entre campos amarillos y se llevó un susto de muerte. Hola, se dijo, y nunca más se supo.

Nosotros, por suerte, es llegar a esta casa y besar el santo, o pisar el santo, porque nos cae siempre un problema terrenal que acaba con florituras existencia­listas veraniegas. Nada como una preocupaci­ón tangible para olvidar tus historias, esa espiral de inventos, sospechas, deseos imposibles, delirios de grandeza, diarrea mental, planes más inciertos que nunca, verano paranoico, palabras al viento. Pero en este caserón, si no quiebra medio porche, te cae en la cabeza un nido de hormigas voladoras de la plaga del salón o se rumorea que hay serpientes en el jardín. Entonces hay que sujetar palos, improvisar andamios, cacerías, enarbolar el insecticid­a a ver si se neutraliza a esa víbora o algo. Así pasa agosto, en actividad frenética, obligados a sujetar la mente cuando podría tener demasiado tiempo para rumiar, que no será lo mismo que pensar.

Este año peligroso ha aparecido ella, finísima, Isadora Anuro verde esmeralda, en la piscinita del jardín. Esta agua clorada no es lo mejor para una rana, pero con la sequía mundial hay que buscarse la vida. Hace veranos que el río es un hueso, ni media charca. Y nuestra rana bailarina, que lo mismo nada deliciosa entre aplausos, que se hace la muertita para que la dejemos en paz, es nuestra única preocupaci­ón desde que a alguien se le ocurrió que el motor de la depuradora podría descuartiz­arla. Dios. Los pensamient­os se concentran en salvarla. Y así andamos, ocupadísim­os, peinando la zona con las bicis cada día, en busca de una charca con agua o algo parecido en este secarral, para trasladar a Isadora –se ha decidido que en táper– a un hábitat más suyo. Preguntar ahora si lo que queremos es proteger su vida de la depuradora, o nuestros baños de sus trozos sanguinole­ntos, lo complica todo. Por qué hacemos las cosas en general es un misterio respetable.

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