Xena, la princesa de sexualidad ambigua
En la era de los antiguos dioses, de los señores de la guerra y de los reyes, la comunidad lesbiana clamaba por una heroína. Ella era Xena, la temible princesa forjada en el calor de la batalla y en un laboratorio creativo que tenía muy claro lo que aquella serie de aventuras no tenía que parecer: una serie para lesbianas. Xena: la princesa guerrera, que llevaba el nombre de Sam Raimi como productor, se estrenaba en Estados Unidos en 1995, una época donde la homosexualidad en la televisión era una rareza que servía para ridiculizar al colectivo o para teñir las tramas de cierta conciencia social. Para ponerlo en contexto, Ellen Degeneres ni siquiera había salido del armario en la sitcom
Ellen, un hecho que llevó al ostracismo tanto a la humorista como a Laura Dern por aceptar el papel de novia. En Catalunya íbamos un poco más adelantados, pero no mucho: un año antes, Jordi Boixaderas y Pep Torrents se habían besado en Poblenou.
La falta de confesiones de amor y de escenas tórridas entre Xena y Gabrielle no pudo evitar que la comunidad lésbica y bisexual se hiciera suya a la princesa guerrera y reina de las mañanas de verano en el bloque de cariz juvenil de TVE. La serie era un spin-off de Hércules con Kevin Sorbo y se centraba en una guerrera que, arrepentida de haber sido una asesina malvada e implacable, intentaba expiar los pecados luchando por aquello que era correcto con la compañía de Gabrielle, su mano derecha. Lo primero que rodaron de la serie fueron las secuencias que utilizaron para los títulos de crédito. Cuando los directivos de Universal Television vieron las imágenes, fueron rotundos: más valía que las actrices Lucy Lawless y Renee O’connor no compartieran plano en ninguna de las imágenes de los créditos. Una cosa era que ambientaran la serie en la antigua Grecia y la otra es que las mujeres fueran directamente de la isla de Lesbos. La única tensión sexual explícita tolerable para los directivos era la que había entre Xena y Ares, interpretado por Kevin Smith, que murió meses después del final de la serie al caer en un plató en China a los 38 años.
Entre misiones episódicas, experimentos tan entrañables como los capítulos musicales y las localizaciones en Nueva Zelanda, el subtexto alimentó a un fandom que analizaba cada movimiento de Xena y Gabrielle como el de una pareja estable y no el de dos amigas que vivían aventuras. De cara a la sociedad y a los padres, Xena: la princesa guerrera era una serie para frikis obsesionados con una mitología griega de todo a 100. La realidad, sin embargo, era que había multitud de personas, sobre todo mujeres lesbianas y bisexuales, que vivían la serie emitida por las mañanas como una historia de amor. Lucy Lawless asumió esta lectura en una entrevista: Xena y Gabrielle eran pareja aunque no pudieron besarse con normalidad. El amor estaba allí. Las fans tuvieron que conformarse con besos disimulados y también uno entre las actrices en una convención. Pero en el 2001, cuando acabó la serie, para muchos de los que se desmarcaban de la heteronormatividad ya lo eran así, los besos: difíciles de encontrar, a escondidas, esquivos. Había besos que incluso esperaron al 2004, a finales de junio después de la selectividad, en una discoteca de Eivissa, al aproximarse un italoargentino. Y eran de aquellos besos que marcaban un antes y un después, como la relación de Xena para todas aquellas que necesitaban sentirse representadas, aunque se tuvieran que conformar con las migajas del subtexto.