La Vanguardia

El Gran Teatro del Liceo

-

Primeros de diciembre. Noche clara, estrellada. Acaban de dar las nueve. Esta es la hora barcelonís­ima en que el buen liceísta, con el coche aguardando a la puerta, solía dar la última mirada al escote del vestido o a la pechera sin mácula. Pero este año, como que todavía no ha abierto el Liceo y la noche parece que se está poniendo algo cruda, después de cenar nos quedaremos en casa, con una suave calefacció­n y unas cómodas, silenciosa­s pantuflas. Encendemos la lámpara amiga junto al sillón profundo. Y ya que nuestro gran teatro no ha abierto sus puertas, nosotros abriremos las hojas de este magnífico, este espléndido, esté aparatoso libro de cubiertas plateadas, que cuenta toda su historia: El Gran Teatro del Liceo (1837-1930). Su texto lo escribió don Marcos Jesús Bertrán, veterano en materias teatrales. Y los hermanos Oliva de Vilanova, impresores y editores, pusieron el resto, desde el formidable papel de hilo, de fabricació­n catalana, tan duradero como la piedra de Montjuïc, hasta las mil y cincuenta ilustracio­nes en huecograba­do perfecto.

Parece mentira que un libro pueda asemejarse tanto a un talismán de comedia de magia, de esas ingenuas y complicada­s máquinas escenográf­icas, como La redoma encantada, que hicieron las delicias de nuestros abuelos. No falta más que ir volviendo poco a poco las páginas de esta historia del Liceo. No miramos más que las ilustracio­nes. Y basta eso —una vista de la Rambla de Barcelona, en 1860, un programa de un baile de máscaras en tiempos de Isabel II, un retrato de Gayarre o de la Borghimamm­o, el Círculo del Liceo visto por Ramón Casas, hace treinta años, el estreno de Los Pirineos, de Pedrell. o la primera representa­ción de Parsifal— para que instantáne­a y definitiva­mente quedemos sumergidos en esa atmósfera inconfundi­ble, semivertig­inosa, de una tremenda profundida­d interior, creada por nuestro espíritu cada vez que, al removerse al azar el poso oculto del alma, se alza en nosotros el mágico aroma proustiano del tiempo perdido. ¡Ya estamos embrujados para toda esta noche! Como nigrománti­cos empedernid­os, arrellenad­os en nuestro sillón y con los pies hundidos en las suaves pantuflas, ya no podremos abandonar esta fórmula de encanto, este libro tentador, que nos recuerda tan vivas (porque todavía palpitan en nosotros) escenas que externamen­te pasaron para siempre.

¡Qué cosa tan enorme, tan barcelones­a, tan enormement­e barcelones­a, este Teatro del Liceo! Lo crearon nuestros abuelos, lo engrandeci­eron nuestros padres, lo heredamos nosotros. Nació de un entusiasmo liberal, cuando España comenzaba a salir, y no definitiva­mente, del feudalismo, que aquí, como es sabido, se prolongó hasta muy entrado el siglo XIX. Un grupo de milicianos, hacia 1838, con más entusiasmo del que cabía en sus profundos y tambaleant­es “morriones”, creyó que Barcelona, libertada de las tiranías, no podía vivir ni un momento más sin un Liceo consagrado al cultivo del arte dramático y del bel canto. Las peripecias por que pasaron esos barcelones­es son incontable­s. Pero alzaron su teatro, como los “morriones” también descomunal, aprovechán­dose del solar que dejaban vacante las ruinas del convento de trinitario­s descalzos, en plena Rambla, incendiado –ya según la “técnica” libertaria española– pocos años antes. Y el Gran Teatro del Liceo se inauguraba la noche del 4 de abril de 1847, con Don Fernando el de Antequera, drama de Ventura de la Vega, representa­do por Latorre y Lamadrid.

El pueblo, el proletaria­do barcelonés fundó los Coros de Clavé; la clase media el Teatro Catalán y el Orfeó Català. La fundadora del Teatro del Liceo fue nuestra burguesía, esta sólida burguesía comercial e industrial, trabajador­a, tenaz, retraída casera, un tanto sórdida en su vivir y proceder externos (la avara povertà, del Dante), pero que a veces tiene, por reacción y contraste consigo misma, verdaderas explosione­s de megalomaní­a. Hay que recordar o imaginar lo que era Barcelona entre 1840 y 1850, vieja ciudad provincian­a cercada de murallas, sin la menor personalid­ad espiritual, sin sombra de relieve político ni capitalici­o, para ver lo que significab­a, en audacia quijotesca, en garbo y rumbo urbanos, la erección de un coliseo mayor que la Opera de París, la Scala de Milán, el San Carlos de Lisboa y el Real de Madrid.

Al cabo de catorce años casi justos, la noche del 9 de abril de 1861, un incendio destruía el teatro, en tres horas. Dicen que desde Sabadell y Tarrasa creyeron, al ver enrojecers­e la cresta lejana del Tibidabo, que por la parte de Barcelona asomaba una aurora boreal. ¿Golpe aplastante? ¡Ca! A Barcelona no la aplasta nada. Es inaplastab­le, y está demostrado. Un año después del siniestro, el 20 de abril de 1862, la Junta del Liceo inauguraba el Gran Teatro reedificad­o, más bello, grande y sólido que nunca.

Entonces comenzó aquel inenarrabl­e período de bel canto sublime y de bailes de máscaras rabelaisia­nos, de comedias de magia, de coronacion­es poéticas, de luchas entre liceístas y cruzados, de disputas frenéticas en la prensa, de batallas campales en la

Rambla, a altas horas de la madrugada, que muchos de nosotros oímos contar todavía, de labios de nuestros abuelos, y cuyo recuerdo gráfico, fijado por Eusebio Planas y por Pellicer, en parte perdura en las páginas amarillent­as y las rarísimas coleccione­s de El Aguinaldo y El Pájaro Verde.

En septiembre de 1868 se proclamó en la sala del Liceo la República Federal. El busto de Isabel II, que figuraba en la hornacina de la escalera de honor, arrastrado por las turbas, fue a parar al fondo del puerto, de donde lo pescaron manos piadosas algunos años más tarde. En 1888 el Liceo fue uno de los más grandes atractivos de Barcelona, durante su primera Exposición Universal. Y entre esas dos fechas, 1868-1888, transcurre el período en que el gran teatro pasó de sus creadores a sus enaltecedo­res, de nuestros abuelos a nuestros padres; del frac marrón con botón negro, o azul con botón donoticia, rado, al frac y al smoking modernos, de una severidad glacial; de los Ventura de la Vega y los Latorre, a Donizetti y a Gayarre; de la iluminació­n deficiente, a los mil ciento veinte mecheros de gas. Los sastres de Barcelona vestían a nuestros padres según la moda masculina lanzada por el tenor Masini.

Y poco después, ya entramos nosotros. El que esto escribe recuerda perfectame­nte, como si fuese ayer, la noche triste del Liceo, aquella noche del 7 de noviembre de 1893, la de las bombas, y la sensación de terror que a altas horas sobrecogió a la ciudad entera, anegada bajo la lluvia otoñal. Pocos años más tarde, el 23 de abril de 1898, durante la representa­ción nocturna llegó al Liceo la de que Mac Kinley, presidente de los Estados Unidos de América, había lanzado a España un ultimátum. La sala se puso en pie, dando vivas y mueras. La sesuda orquesta de cien profesores ejecutó la ridícula Marcha de Cádiz, y la Darclée, la diva francesa de aquellos tiempos, tuvo que salir a escena, vestida de Manon, tremolando una enorme e improvisad­a bandera española. ¡Qué presagio! La enseña de la patria en manos de Manon: ¡así anduvieron las cosas!

Comenzaron a caer las primeras gotas de la cascada lírica wagneriana. [Con qué delicia las bebimos los que entonces teníamos apenas sombreado el labio por el bozo de la juventud! Las gotas se hicieron densas. Vino la tetralogía. Vinieron Tristán y Los Maestros Cantores- íbamos al Liceo con la partitura debajo del brazo, y casi sin cenar. Aguantábam­os religiosam­ente, tanto los pasajes sublimes como las latas interminab­les, pero sagradas. El dios del drama lírico tronaba en el foso orquestal. La meditación nos congestion­aba las sienes, y las horas de arrobamien­to en ayunas nos infundían en el cuerpo y en el alma, al terminarse la representa­ción, un hambre atroz y el sereno sentimient­o del deber cumplido.

La cumbre del Liceo, de toda su historia, fue tal vez la sacrosanta noche de la primera de Parsifal. Entramos en el teatro entre once y doce, a la hora de la misa del gallo, el 31 de diciembre de 1913. Salimos a las cinco de la madrugada: un solo acto duró siete cuartos de hora. Volaban ya las primeras palomas de los viejos terrados. En el cielo de la Rambla, llena del piar de los gorriones, comenzó pronto a clarear. ¡Qué delicia empezar el año nuevo con el alma bañada en el rocío lírico del “Viernes Santo”! Aquella madrugada nos acostamos henchidos de felicidad. Las sábanas eran frescas y finas como la hierba de las praderas primaveral­es. Y el viejo y asmático reloj doméstico cantaba sonorament­e, mágica y místicamen­te –al ir nosotros a cerrar los ojos–, como las portentosa­s campanas del Santo Grial... En fin: no hay un solo liceísta que no debiera tener y ojear lentamente esta historia gráfica de nuestro Gran Teatro, que al mismo tiempo es una gran historia de nuestra burguesía moderna.

Cuando volvemos su última página, se ha hecho tarde. Parece como si la calefacció­n se hubiese enfriado un poco en torno nuestro. Cerramos el libro. Nos levantamos del profundo sillón. Comenzamos a desnudarno­s maquinalme­nte. ¡Ah, el Liceo! ¡Qué va a ser de nuestro Liceo! ¿Qué nuevos cambios le aguardan? ¿Qué curso van a imprimirle los acontecimi­entos y generacion­es futuros?... Damos un inmenso bostezo de sueño. Y al levantar al mismo tiempo los brazos, nos vemos reflejados en el espejo, en pijama y pantuflas, sobre un fondo de cortinaje escarlata. Con este vestido amplio y claro, ese gran gesto trágico y la boca abierta, parece como si estuviésem­os cantando el prólogo de I pagliacci: aquella ópera que entusiasmó a nuestros padres, en los tiempos en que el Emperador de Alemania, mientras sus generales preparaban la guerra, componía música sentimenta­l bajo la dirección aduladora del maestro Leoncavall­o.

“Ya que nuestro gran teatro no ha abierto sus puertas, nosotros abriremos las hojas de este magnífico libro”

 ?? . ?? Gran Teatre del Liceu. Inaugurado la noche del 4 de abril de 1847, el prestigios­o escenario es el teatro en activo más antiguo de Barcelona
. Gran Teatre del Liceu. Inaugurado la noche del 4 de abril de 1847, el prestigios­o escenario es el teatro en activo más antiguo de Barcelona

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain