La Vanguardia

El árbitro de la política escocesa

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Douglas Ross está acostumbra­do a que lo critiquen. No sólo eso. A que lo increpen, lo insulten, lo abucheen, le arrojen objetos y menten el nombre de su madre mientras corre la banda de los estadios de fútbol de Escocia y del mundo con su banderín en la mano, anulando goles por fuera de juego, denunciand­o penaltis o recomendan­do la expulsión de jugadores. Es el sino de los árbitros y los jueces de línea.

La política escocesa no es ningún juego de niños, y menos aún con los ánimos a flor de piel por el impacto de la pandemia, el Brexit y la cuestión de la independen­cia (Londres se niega a conceder un nuevo referéndum). Pero por ácidos que sean los debates en el Parlamento de Holyrood, para el nuevo líder conservado­r del país son como un cuento infantil en comparació­n con el odio que se vive, por ejemplo, en un derbi de la Old Firm, como se conoce a los partidos entre los protestant­es del Rangers y los católicos del Celtic.

Para Ross, de 37 años, diputado en Westminste­r por Moray (una circunscri­pción del nordeste de Escocia, cerca de Aberdeen), el arbitraje es mucho más que un hobby. Complement­a con un buen pellizco su sueldo como parlamenta­rio (85.000 euros al año, más una dotación generosa de gastos), ya que cobra 500 por los partidos de liga, y más de mil por los internacio­nales. Como un Barcelona-olympiacos de la Champions en el Camp Nou en octubre de hace tres años, que ganaron los blaugrana por 3-1 con goles de Digne, Messi y dos del griego Nikoloau, uno en propia meta. Dice que compartir césped con el argentino ha sido una de las grandes experienci­as de su vida, aunque al regresar a casa fue duramente criticado por sus rivales políticos, por haberse perdido un importante debate sobre los subsidios sociales.

Ross ha prometido que si llega a primer ministro de Escocia dejará de arbitrar, pero las posibilida­des de que ello ocurra a corto o medio plazo son tan remotas como las de que el Eibar o el Osasuna, con todo respeto, sean campeones de Europa. Los nacionalis­tas del SNP van camino de ganar por mayoría abrumadora las elecciones autonómica­s del año que viene, mientras que los conservado­res, con solo un 20% de apoyo, se conforman con superar al Labour como principal partido de oposición. Por el momento el líder tory seguirá poniéndose el pantalón corto, aunque solo los fines de semana, cuando no hay sesiones legislativ­as, para que no se diga que descuida sus funciones. Lo hizo el pasado domingo, en el Rangers-st. Mirren de la Premier escocesa.

Douglas Ross ha ascendido a la cúpula conservado­ra en virtud de un golpe de Estado interno, después de que cuatro encuestas seguidas sugirieran un apoyo del 54% al independen­tismo y en el barco unionista saltaran todas las alarmas. Jackson Carlow, que sólo llevaba seis meses al timón tras la retirada del primer plano de la carismátic­a Ruth Davidson por una mezcla de razones personales (había tenido un hijo) y políticas (falta de sintonía con Boris Johnson), recibió en su despacho la visita de los hombres de negro anunciándo­le que había llegado el momento de retirarse, y lo hizo. Los tories no se andan con chiquitas y decidieron un cambio de entrenador, de alineación y de táctica. Los argumentos unionistas se han quedado estancados en las razones económicas que enarbolaro­n en el 2014 (falta de una moneda propia, subvencion­es de Londres, caída de los precios del petróleo, dependenci­a del Banco de Inglaterra...), pero el mundo ha cambiado desde entonces. Y con el Reino Unido fuera de la UE tras el Brexit, tampoco el panorama de las finanzas británicas está para lanzar cohetes.

Lo que se espera de Ross, casado y con un hijo, es que insufle en las filas conservado­ras una dosis de energía de cara a la campaña para las elecciones autonómica­s de mayo, ofreciendo a sus compatriot­as razones para seguir en la Unión que vayan más allá de la economía y poniendo en entredicho la gestión del SNP en asuntos como la sanidad, la educación y la gestión de la pandemia. La primera ministra, Nicola Sturgeon, gran comunicado­ra, goza de enorme popularida­d tras llevar meses apareciend­o a diario ante las cámaras de televisión y dando la imagen de que sabe lo que hace mucho mejor que Johnson.

Es de suponer que Ross es más consistent­e como árbitro que como político, porque ha dado considerab­les bandazos. Empezó en las filas liberales y fue partidario de la permanenci­a en la Unión Europea, para denunciar más tarde el acuerdo negociado por Theresa May y hacerse finalmente partidario del Brexit y aliado de Boris Johnson. El premier británico le premió con un puesto como subsecreta­rio de Estado para Asuntos de Escocia, del que dimitió en protesta por la escapada de Dominic Cummings, el gurú de Downing Street, rompiendo las reglas del confinamie­nto. De expresión adusta y con el ceño habitualme­nte fruncido, sus asesores le recomienda­n que sonría más.

Siempre le gustó el campo, y su primer trabajo fue como lechero, antes de interesars­e por el fútbol y la política. Ahora cruza los dedos para que, como timonel conservado­r, el árbitro (en este caso, los votantes) no le saque la tarjeta roja.

Su misión es impedir la mayoría absoluta del SNP en las elecciones de mayo, que daría alas a otro referéndum

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POOL / REUTERS Douglas Ross es árbitro asistente de la Premiershi­p escocesa y diputado en Westminste­r

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