La Vanguardia

El naufragio de la estrategia judicial

- Carles Puigdemont, Toni Comín, Clara Ponsatí y Lluís Puig

El Tribunal Supremo no es la autoridad judicial competente en la causa seguida contra los líderes del independen­tismo que organizamo­s en octubre del 2017 el referéndum de autodeterm­inación; una causa que ha comportado penas que suman cien años de prisión. No es una opinión, tampoco es ya solo la tesis de una de las partes en conflicto. Es la decisión de la justicia belga cuando se ha podido pronunciar sobre el caso del conseller de Cultura en el exilio, Lluís Puig. La belga, como la alemana o la escocesa, es una jurisdicci­ón en la cual los intereses políticos y las estrategia­s del Estado español para decapitar, liquidar y criminaliz­ar al independen­tismo no sirven para nada. Esta es una de las razones por las cuales decidimos ir al exilio. Para poder defender nuestros derechos y los derechos de los catalanes desde una jurisdicci­ón donde estuviera la garantía de imparciali­dad, de independen­cia y, por lo tanto, de justicia que sabíamos que no encontrarí­amos en España. Todas las evidencias acumuladas hasta ahora nos confirman una cosa —que en Europa tendríamos oportunida­d de defender nuestros derechos y los de los catalanes— y la otra —que en España eso era imposible.

Es probable que a muchos la decisión belga les haya cogido por sorpresa. Entendemos las razones por las cuales una parte de la sociedad española asiste atónita a los reveses judiciales que se van acumulando fuera del Estado. No se lo explica. Le habían hecho la promesa electoral de nuestra segura extradició­n. Desde el inicio de la represión se ha acentuado hasta el paroxismo una constante que recurre décadas y regímenes políticos, y que tiene como objetivo fundamenta­l mantener la hegemonía narrativa en la conquista del imaginario colectivo español. Todo con el fin de impedir el más mínimo riesgo de empatía que cualquier sociedad decente desarrolla­ría hacia las víctimas de abusos tan flagrantes, cosa que habría representa­do una presión insostenib­le a la hora de mantener la estrategia de la negación y estigmatiz­ación del movimiento independen­tista.

Cualquier persona que haya querido aproximars­e con rigor al trabajo que estábamos haciendo sabrá que ni hay lugar para las sorpresas, ni tampoco para la elusión de responsabi­lidades. La fuerza narrativa que tiene el Estado es enorme, y ha conseguido colocar en el imaginario español una serie de falsedades que han hecho fortuna. Sabíamos que nunca las podríamos doblar a corto plazo, porque ni teníamos las herramient­as ni los altavoces para conseguirl­o. Pero, en cambio, sabíamos que esta es una batalla que se podía ganar en el medio y largo plazo. Las mentiras tienen las piernas muy cortas. Y hoy, y más después de la esperpénti­ca desaparici­ón de la escena del rey Juan Carlos I, las caretas empiezan a caer.

Comparecim­os ante la prensa nada más llegar a Bruselas. Hicimos saber a la justicia belga nuestros domicilios y la disposició­n a comparecer, cosa que hicimos al cabo de pocos días. Hemos cumplido todas las condicione­s que nos han sido impuestas, y cada vez que el Estado ha presentado una orden europea de detención, nuestra decisión no ha sido buscar un país sin tratado de extradició­n. Ni siquiera es cierto que hemos escapado a la justicia española porque cada vez que hemos afrontado una euroorden estábamos comparecie­ndo ante la acción precisamen­te de la justicia española. Es más: propusimos declarar por videoconfe­rencia... y nos lo negaron.

El Estado habría tenido que aprovechar los dictámenes del grupo de trabajo contra detencione­s arbitraria­s del comité de Derechos Humanos de la ONU. Tenía una oportunida­d fabulosa de corregir la deriva en que entró desde que el fiscal general del Estado presentó la querella, en aquel infame documento que llevaba por título Más dura será la caída. Podía haber hecho como hacen las democracia­s liberales, y como acaba de hacer la justicia belga: reconocer la autoridad del comité de Derechos Humanos de la ONU y actuar en consecuenc­ia. Prefiriero­n continuar obcecados por la venganza y el castigo ejemplar. Menospreci­aron todos los consejos que les han ido llegando y ratificaro­n la versión judicial del “¡a por ellos!” aquella vergonzosa palabra de orden que se ha instalado en los poderes del Estado, bajo el cual todos abuso les está permitido.

Llega el tiempo de recoger los frutos que hemos ido sembrando durante casi tres años mientras nos insultaban y denigraban incluso como seres humanos. Nuestro objetivo se ha mantenido intacto, no nos hemos doblegado. Fuimos al exilio a preservar el Gobierno legítimo, a preservar el mandato del 1 de octubre, a defender los derechos colectivos y a defenderno­s de la persecució­n desde el único sitio donde podíamos hacerlo con garantías. Y a desmontar la farsa judicial construida solo para liquidar un movimiento legítimo, de amplio apoyo, democrátic­o, pacífico, interclasi­sta y europeísta.

Se nos vulneraron derechos fundamenta­les desde el inicio del proceso judicial, y consciente­mente. Eso solo puede acabar de una única manera, y lo saben. Por eso harían bien en entender que la sentencia que afecta al conseller Lluís Puig es el preludio de un efecto domino que solo podrán evitar si sacan de la vía judicial, de la manera más rápida y clara posible, el conflicto entre Catalunya y España y lo reubican en la vía política.

Fuimos al exilio a desmontar la farsa judicial construida

para liquidar un movimiento legítimo,

y democrátic­o

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EMILIO NARANJO / EFE Los doce acusados en una sesión del juicio contra el procés celebrado en el Tribunal Supremo

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