El PP, Álvarez de Toledo y el centro
Cayetana Álvarez de Toledo fue destituida el lunes por Pablo Casado, líder del Partido Popular, como portavoz de la formación conservadora en el Congreso de los Diputados. Este cese era, en buena medida, previsible. Porque Álvarez de Toledo había expresado sucesivas discrepancias con la línea oficial del partido, porque su enfrentamiento con el secretario general del PP, Teodoro García Egea, era notorio, y aun por otros motivos. Ella misma los detalló en una áspera rueda de prensa al pie de los leones de las Cortes, que sonó como un portazo. Esto último era igualmente previsible, porque Álvarez de Toledo, cuya preparación y aplomo no suelen discutirse, exhibía a menudo un verbo abrasivo e implacable, además de cierta arrogancia.
Diputada por Barcelona y miembro del patronato de la FAES que controla José María Aznar, Álvarez de Toledo reprochó anteayer a Casado, entre otras cosas, que considerara incompatible la libertad de ella con la autoridad de él, y también que el secretario general hubiera restringido al mínimo la autonomía del grupo parlamentario al que ella prestaba su voz. Llevaba razón la destituida en que es bueno que en el seno de los partidos haya debate ideológico o estratégico, y por ello en toda formación existen órganos adecuados para efectuarlo. Pero parece ignorar que, como portavoz del partido, debe asumir y defender las líneas trazadas por la dirección. Un portavoz es la persona autorizada para hablar en nombre y representación de un grupo. Y eso es algo distinto a hablar en nombre propio mientras se ocupa el cargo de portavoz confiado por el partido.
La exportavoz no aclaró si seguirá en el PP. Es oportuno recordar, en todo caso, que esta ruptura con Casado llega cinco años después de la que protagonizó cuando dirigía el PP Mariano Rajoy. Pero lo relevante no es ya ahora la peripecia de Álvarez de Toledo, sino el significado que tiene en clave de partido. Porque una derrota tan ruidosa de la que era estandarte de su sector más duro puede fácilmente interpretarse como una victoria del sector moderado, al que pertenece por ejemplo su sustituta, Cuca Gamarra. Y porque todo ello coincide con el deseo, anunciado hace ya un año, pero nunca plenamente materializado –entre otras causas, por las estridencias de Álvarez de Toledo–, de dar un golpe de timón al PP con el objetivo de llevarlo de nuevo hacia el centro.
Casado trató de marcar perfil propio desde que sustituyó al frente del PP a Rajoy, quien hizo de la pasividad y el verlas venir una seña de identidad. Y eso sucedió en tiempos de ascenso de Vox, lo que le llevó a hacer guiños al electorado más derechista, con la esperanza de que no le abandonara para irse con los de Santiago Abascal. De hecho, estos escarceos con el electorado ultraderechista se alternaron con mensajes más centrados. Pero, como apuntábamos, el viaje al centro todavía no ha acabado de consolidarse.
La destitución de Álvarez de Toledo y la reorganización moderada de la cúpula del PP –José Luis Martínez Almeida será el nuevo portavoz del partido; la expresidenta del Congreso, Ana Pastor, asumirá nuevas responsabilidades directivas– sustancia, ahora sí, ese viraje al centro. Creemos que es un viraje conveniente para todos. Primero, porque la estrategia de erosión constante del Gobierno quizás no sea la más pertinente en esta coyuntura de crisis sanitaria y económica; ahora es imperativo anteponer los desafíos comunes a la lucha partidista. Segundo, porque la mayoría de los españoles, conservadores o no, apreciarían un PP que responda, y no sólo en teoría, a su definición de partido de centroderecha. Y tercero, por el interés del propio PP, que no puede acercarse intermitentemente a posiciones ultras sin acabar viéndose asociado a ellas, sabiendo además como sabe que amplía más su base al buscar el centro que cuando se escora hacia el extremo. •
El anunciado viraje al centro del Partido Popular parece
ahora más cerca