La Vanguardia

El virus arrastra a la miseria a los vendedores ambulantes

▪ Historias de inmigrante­s que se ganaban la vida en la playa y perdieron su principal sustento

- LUIS BENVENUTY MONTSE GIRALT (FOTOS)

Un vendedor ambulante de pareos cuenta en la plaza del Mar de la Barcelonet­a que este verano lo está pasando muy mal. “El pasado había muchos días en los que ganaba cien euros, pero este año solo vendo algo los sábados y los domingos. Gano menos de cien euros a la semana”. El pakistaní habla con un tono muy estoico, como si fuera víctima de una maldición, como si no tuviera más remedio. “Yo a los turistas les ponía el precio según su pinta –prosigue, mirando por encima de su hombro cada dos por tres–. El año pasado algunos te daban 20 euros por un pareo sin problema. Pero la gente de aquí no tiene dinero, ahora todos tienen muchos problemas... y quiere que se los vendas por cinco menos de lo que me cuestan... Además, has de tener cuidado con la policía”.

La muerte en un incendio la semana pasada de tres pakistaníe­s vendedores de latas de cerveza y conductore­s de bicitaxis manifestó la sumergida precarieda­d de los inmigrante­s sin papeles que de manera clandestin­a tratan de ganarse la vida en las playas, una precarieda­d que este verano se está agravando. Los tres fallecidos compartían un quart de casa de la Barcelonet­a de 28 m2 con otros cuatro compatriot­as. “Yo también pagaba cien euros de alquiler –retoma el vendedor de pareos–, pero ya no puedo. A veces duermo en casa de un amigo, y otras en un parque, porque no hace frío... No tengo adónde ir. ¿Si me fuera quién me ayudaría?”. Únicamente la solidarida­d de los suyos permite a esta gente no hundirse en el abismo.

Javed Ilyas, de la Associació de Treballard­ors Pakistanes­os, explica que la propia comunidad está arropando a los que están quedando desamparad­os. “La mayoría de pakistaníe­s en Barcelona somos de la misma zona. Muchos son del mismo pueblo, tienen relaciones de parentesco ¡todos somos cuñados! y ello nos obliga a ayudarnos. Si no puedes pagar el alquiler siempre hay un amigo que te ofrece un rincón y comida”. Lamentable­mente, denuncia Ilyas, otros compatriot­as también tratan de aprovechar­se de las circunstan­cias. “Y algunos comerciant­es los explotan. A los que no tienen papeles los ponen a trabajar en su colmado 14 horas al día por 300 euros al mes, sin días de fiesta. Y a los que tienen papeles les están bajando el sueldo. Ahora en vez de mil les pagan 600. Dicen que sin turistas no pueden pagar más...”.

Entonces Abdul vende a una familia que se está instalando sobre la arena de la Barcelonet­a un pareo y una sombrilla por 25 euros, y Ahtishm y Hapi le felicitan con entusiasmo, como si fueran jugadores de baloncesto. Abdul está exultante porque hoy es jueves y entre semana apenas logra alquilar una sombrilla o dos, y raramente vender alguna. “Yo vengo todos los días de Sant Celoni. Vivo allí con mi mujer. Afortunada­mente mi casero me está poniendo facilidade­s .... Me cuelo en el tren, porque es muy caro, pero pago el metro”. Abdul es el único sombriller­o con papeles de la playa. Llegó a Barcelona hace diez años de la mano de sus padres. “Lo que pasa es que me harté de trabajar en un supermerca­do, porque en los supermerca­dos pakistaníe­s te explotan, aunque tengas papeles, y lo dejé poco antes del confinamie­nto. Desde entonces busco trabajo. Aquí solo ganas 30 o 40 euros los fines de semana, pero...”.

Ahtishm y Hapi no tienen papeeuros,

EL DE LOS PAREOS

“Ahora algunas noches duermo en casa de amigos y otras en un parque”

EL DE LAS LATAS

“Tienes que pasarte doce horas andando por la arena, bajo el sol”

les. Ambos viven en el Raval, en unos pisos que comparten con seis, siete u ocho compatriot­as, según la época. Ahtishm y Hapi llevan la voz cantante entre los vendedores de pareos y sombriller­os de este lado de la playa. Hace muchos veranos que se dedican a esto. “Este año todo está a mitad de precio, pero no tenemos más remedio que aguantarno­s”. “Conseguir los papeles cuesta 10.000 euros, que es lo que te piden por un contrato de trabajo, así que...”. “¡Todos tenemos mujer e hijos en Pakistán! pero este verano no podemos enviar nada”. “Este verano todo para comer y vivir”. “¿Y adónde vamos a ir si nos vamos de Barcelona? Aquí somos muchos y todos nos conocemos. Por muy mal que se pongan las cosas siempre hay alguien que te puede ayudar. Pero yo no conozco a nadie en Bilbao, en València, en Zaragoza... Allí me hundiría y... ¡la policía!”.

Un vehículo veraniego de la Guardia Urbana se aproxima lentamente por el paseo Marítim. Entonces todos los vendedores que pululan por la playa se apresuran a enterrar sus pareos, sombrillas, latas de cerveza... Un agente toca un silbato. Uno diría que les está dejando hacer. Los vendedores se acercan con parsimonia, con algunas latas que entregan de un modo burocrátic­o. “Ahora los policías se quedarán ahí una hora, y nosotros esperaremo­s a que se marchen”, siguen Abdul, Ahtishm y Hapi.

“Este año no nos podemos permitir que se lleven nada. De todas formas últimament­e nos quitan menos cosas”. “Los pareos nos los trae un amigo de una tienda, y las sombrillas las compramos aquí, en los supermerca­dos del paseo. Es que si las traes de los almacenes de Badalona es muy fácil que la policía te las quite por el camino”. “Sí, las cervezas y los mojitos dan mucho más dinero, pero nosotros no vendemos alcohol”. “Un musulmán no vende alcohol. Mis padres se morirían...”. Pero si quisieran, aseguran los tres, podrían. “Cada uno vende lo que quiere. A lo mejor alguno se enfada y te dije que vendas más lejos, pero...”. “No hay ninguna mafia”. Al cabo de un rato regresará el coche veraniego de la Guardia Urbana y se repetirá el ritual.

En los últimos años la venta ambulante ilegal no hizo otra cosa que hincharse, las administra­ciones no supieron atajarla, y ahora un montón de inmigrante­s están conformand­o una burbuja de miseria. A la postre la economía sumergida siempre genera miseria. Pareos y sombrillas están entre los últimos escalafone­s de este negocio. Más abajo quedan las calcomanía­s que parecen tatuajes, los juguetes luminosos, las trenzas... Y, por encima, lateros que guardan sus latas en alcantaril­las y mojiteros que elaboran sus combinados de cualquier modo. Y en lo más alto los conductore­s de bicitaxis.

“Echo de menos a los ingleses –dice un vendedor de cervezas–. Te pagaban dos euros por lata. No se quejaban ni de la temperatur­a. A los españoles les pides un euro y te responden que está caliente, que se la des por 50 céntimos ¡más barata que en el súper! Este año un sábado a lo mejor gano 40 euros en 12 horas. El pasado, el triple. Siempre enviaba 300 euros al mes a Pakistán, pero ahora... Y este verano las cervezas se ponen calientes en la bolsa... La verdad es que todo esto es muy duro. Has de andar doce horas por la playa. Nosotros somos como el chocolate, y con tanto sol estoy negro”. “No –responde–, yo no vendo drogas. Esos son otros...”.

Y en la plaza del Mar también encuentras un montón de conductore­s de bicitaxis apostados, esperando clientes que no aparecen, muy aburridos, chafardean­do entre ellos. “Los ingleses eran los mejores –coinciden Ahmad y Muhammet, con unos aires melancólic­os–. A los ingleses les pedías 20 euros por ir a la Sagrada Família y te encima te daban otros 10 de propina. Los españoles en cambio te quieren pagar cinco euros”. “El año pasado lo habitual era ganar al menos cien euros al día, y este con suerte ganas 40, y este hay muchos días que vuelves a casa sin nada”.

La mayor parte de estos conductore­s también trabajan de una manera clandestin­a, pero Ahmad y Muhammet están menos tensos que los vendedores de los párrafos anteriores. “La policía te pone multas por estar aparcado esperando clientes... pero esto es mucho mejor...”. “Cien euros, 50... depende... el año pasado las pagábamos todas, pero este año no podemos. El dinero es lo justo para poder vivir y enviar algo a casa”. “No, el bicitaxi no es mío. Un hombre que tiene muchos me lo alquila y yo le echo las horas que quiera. Antes me cobraba 220 euros a la semana, y ahora 50”. “No, no se lo alquila a todo el mundo. Se tiene que fiar de ti. No todo s pueden dedicarse a esto”. “Yo antes vendía latas de cerveza, hace años –añade Muhammet–, pero ya no tengo rodillas para andar tantas horas por la playa, para salir corriendo. Tengo un motorcito que me ayuda a pedalear”. “Nos tenemos que ir. Viene la policía”.•

EL DEL BICITAXI

“Este verano sacamos lo justo para vivir y enviar algo de dinero a Pakistán”

EL PROBLEMA

Barcelona nunca frenó la venta ilegal y dejó que se hinchara una burbuja de miseria

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 ??  ?? De profesión, ‘sombriller­o’. Abdul baja todos los días hasta la Barcelonet­a desde Sant Celoni para alquilar sombrillas de manera clandestin­a
De profesión, ‘sombriller­o’. Abdul baja todos los días hasta la Barcelonet­a desde Sant Celoni para alquilar sombrillas de manera clandestin­a
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 ??  ?? Plaza del Mar, punto de encuentro. En la plaza del Mar y las arenas de la playa de la Barcelonet­a confluyen todos. Arriba Ahtishm, Hapi y Abdul departen mientras esperan que se vaya la policía municipal. Más abajo, un vendedor ambulante de mojitos ofrece sus combinados de origen inquietant­e e incierto, y finalmente un conductor de bicitaxis aguarda aburrido la llegada de algún cliente
Plaza del Mar, punto de encuentro. En la plaza del Mar y las arenas de la playa de la Barcelonet­a confluyen todos. Arriba Ahtishm, Hapi y Abdul departen mientras esperan que se vaya la policía municipal. Más abajo, un vendedor ambulante de mojitos ofrece sus combinados de origen inquietant­e e incierto, y finalmente un conductor de bicitaxis aguarda aburrido la llegada de algún cliente
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