La Vanguardia

Una pequeña biografía estival

- Joan-pere Viladecans

Pongamos que se llamaba Enric. Alumno de una de las poquísimas escuelas que educaban con el sistema Montessori. Tiempos de mierda y plomo. Vestía diferente, como si siempre fuera de excursión. Jerséis tejidos a mano, botas, pantalones de golf como Tintín y una vieja cartera de cartón llena de incógnitas. Todo él era una entonación parda, amarronada; seria. Olía a armario rancio y a humedad.

A Enric le acompañaba una leyenda de gafe que le divertía. Y le envolvía. Cierto: por donde pasaba se originaba una catástrofe más o menos considerab­le. Era un crac del deterioro. La amenaza del mobiliario y el material escolar. En un mismo día podía sentarse en un tablero de ajedrez, romper el respaldo de una silla o desmontar todo el guardarrop­ía... Sin dejar de reír se ató tan mal las cintas de las alpargatas que todo él quedó hecho un lío de nudos. Un espectácul­o para la crueldad de los compañeros. Para situarles, Enric le daba un aire a Dustin Hoffman. Tenía una nariz descomunal, herencia de su madre, que le servía de más bien poco: esprintand­o era el más rápido, pero en la meta caía fulminado, hacía el trayecto sin respirar. Era de la Unió Excursioni­sta de Catalunya, cantaba en el Orfeó. Los lunes nos contaba las peleas con los falangista­s. La represión delegada. Pedraforca, Matagalls, Les Guilleries..., Enric era un catalán granítico, naif; de parroquia y escultismo. Un kumbayá solvente. De La vall del riu vermell, para entenderno­s. Fue el que pronunció los gritos de rigor así: tres-españas-un-arribaespa­ña-y-un-viva-franco. Estuvo genial. Una semana castigado. De mayor quería ser fotógrafo de la revista erótica Paris Hollywood. Vio a Miró y quiso ser pintor como él. O dependient­e de una corsetería. Un visionario: se rasuraba el pubis con la máquina de su padre. El tal Enric abandonó la escuela sin saber leer ni escribir (?).

¿Un fracaso educativo? Según se mire. El método Montessori fomenta la responsabi­lidad del alumno y le deja las bridas de su aprendizaj­e, lo que comporta el riesgo de pasar por alto determinad­os conocimien­tos que al niño puedan no interesarl­e, y su desarrollo educativo se puede rezagar. Enric carecía de interés por el aprendizaj­e. Un verso blanco. Parecía... el buen salvaje.

Esta narración acaba bien. El sistema Montessori no erró en su causa fundaciona­l de formar más personas que sabios. Enric fue, es, feliz. Y buena persona. Un ciudadano conformado. Un catalán de raíces antiguas.

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