La Vanguardia

Ni plan A, ni plan B: ¿y ahora qué hacemos?

- Susana Quadrado

Ya se puede descolgar de la lectura de este artículo quien no sea partidario de que los niños vuelvan al colegio en septiembre.

Ni los padres o madres pueden (ni deben) hacer de profes enrollados en casa para suplir la función de la escuela entre los más pequeños, ni tampoco existe una maestría por Teams o Zoom para los adolescent­es capaz de sustituir con garantías la enseñanza presencial, la de toda la vida. A la experienci­a del confinamie­nto me remito. El que dejamos atrás ha sido un curso perdido, de aprobado general y tira millas.

Todos conocemos a profesores que son la hostia en clase y ¿a cuántos conocemos que lo sean en videollama­da? No les culpo: no debe de ser fácil enseñar a distancia a un chaval que, por debajo de la clase de mates, tiene abierta la pestaña de Instagram. Y más difícil resulta todavía si el profesiona­l no ha recibido la formación online que ahora se le supone.

Lógico que los docentes estén de los nervios.

Además, la educación en remoto presenta otras dificultad­es. Por un lado, la intensidad desigual entre centros y ciclos. Por el otro, los fuertes efectos amplificad­ores de la desigualda­d entre los alumnos. No todos los críos disponen de un entorno en casa adecuado para el online, ya sea por el espacio físico, por los medios tecnológic­os o sencillame­nte por la situación familiar o socioeconó­mica. El derecho a la educación pasa por entender que no es lo mismo Sarrià que el Besós, un pueblo de La Conca que l’hospitalet...

Así que hay que volver al cole. Y, obviamente, la Administra­ción debe hacerlo posible. Como la competenci­a en educación está transferid­a, cada autonomía va por libre y el embrollo es descomunal. El ministerio está missing, sí. Pero no vale esconderse tras el refranero, mal de muchos... porque Catalunya va para nota.

Parece alucinante que, a tres semanas del inicio de curso, el Gobierno catalán todavía no tenga nada claro. Hasta ayer Catalunya blandía un plan A, lo llaman protocolo, pero ocurre que ahora dicen que no sirve, que sigue en discusión entre Educació y Salut (mascarilla­s, sí o no; ratios de 15; no o sí) y que quién sabe. A mi modo de ver lo peor no es que el plan A no sirva, sino que tampoco existe un plan B y ay que nos pilla el toro. Todo está en el aire. Escuchando a Bargalló, una diría que algunos han estado un largo mes en modo vacaciones, o que no se han enterado de que, oh sorpresa, hay rebrotes desde junio, o que no sabía que para el 14 de septiembre faltan 24 días, como si eso fuera tiempo suficiente para adecuar espacios si hay que desdoblar clases. Superman Argimon no llega a todo. Los centros no saben si tendrán que recortar ratios, cambiar horarios, compactar jornadas, ir al sistema semipresen­cial en algunos cursos o zonas, montar aulas en el Cosmocaixa... Ni siquiera está claro si se abrirá en septiembre para cerrar en octubre. Un festival, en un momento en que ya se ve que faltan recursos.

Lógico que los directores de los colegios estén de los nervios.

A todo esto nuestros gestores están rehuyendo otro asunto nuclear: ¿qué hacen los padres y madres con los niños en casa si no pueden llevarlos al colegio y no tienen opción de teletrabaj­ar? ¿Los dejan con los abuelos, los vulnerable­s? ¿Plan de conciliaci­ón, baja laboral, plan, baja, qué?

Lógico que la gente esté de los nervios. Y luego se extrañan.

Educació lo deja todo en el aire y sigue sin anticipars­e al virus: familias y profesores están de los nervios

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