La Vanguardia

Nadie en la ruta..., tampoco osos

Con el geólogo y vecino de Isil Jaume Comas ascendemos el Pic de Moredo, más conocido en la zona como Rocablanca, en el parque natural del Alt Pirineu

- Rosa M. Bosch Alós d’isil, Alt Àneu

Miles de judíos cruzaron los Pirineos por puertos de montaña como el de la Pala de Clavera o el de Salau huyendo de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos consiguier­on su objetivo, otros fueron atrapados por los alemanes y acabaron en campos de concentrac­ión. Jaume Comas, nuestro guía, señala estos collados desde lo alto del Pic de Moredo, de 2.766 metros, un generoso mirador de cumbres con mucha historia. Por citar sólo algunas, la Punta Alta, el Aneto o el Mont Valier, que recibe el nombre del obispo de Couserans, quien según cuenta la leyenda fue la persona que lo subió por primera vez, en el siglo V.

Comas, a sus 66 años ya jubilado tras una larga etapa como técnico de uso público en el parque natural de Aigüestort­es i Estany de Sant Maurici, se conoce como la palma de su mano el paisaje del Alt Àneu, municipio que aglutina ocho pueblos. En uno de ellos, Isil, se asentó en 1979. “Llegué aquí desde Terrassa cuando estudiaba Geología; durante los veranos trabajaba cogiendo hierba para el ganado y pagarme así la carrera. Más tarde me casé con Ester Isús, que es de aquí, y me dediqué a cuidar las vacas de la familia hasta que entré en el parque natural”, detalla mientras tomamos la pista que arranca en el refugio del Fornet (Alós d’isil).

El coche debe dejarse en el parking que hay junto al puente de Perosa, a 1.462 metros, pasadas las bordas de Isil, donde las aguas del Noguera Pallaresa fluyen con brío.

Empezamos el recorrido poco antes de las ocho del 25 de julio, una mañana soleada y en un terreno muy húmedo. De los avellanos silvestres de enormes dimensione­s pasamos a un abetal y al llegar al prado comprobamo­s que el radiante acónito común (Aconitum napellus) ya ha florecido. Ni una vaca se acerca a esta planta tan venenosa, de tallos altos y un seductor color violeta, pero sí mugen con desespero y corren hacia nosotros en busca de su dosis de sal, un mineral que les encanta y es básico en su dieta. Al comprobar que tenemos las manos vacías, resignadas, dan media vuelta. Deberán esperar a su vaquero.

Poco antes de este episodio, Jaume se detiene en el bosque y señala una muesca en la corteza de un abeto con una alambre de espino. “Esto es una trampa de pelo impregnada con una sustancia para atraer a los osos, aquí se rascan y se puede tomar su ADN para hacer seguimient­o de la población”. Estamos en tierra de plantígrad­os, animales que no deja indiferent­e a nadie. Unos los adoran y otros, los propietari­os de cabras, ovejas y de colmenas de miel –este verano se zamparon al menos un par–, les temen.

Nuestro cicerone hace notar que en la primera parte de la ruta asoman señales rojas “que dejan los ganaderos”, pero en la zona de pastos ya cesan. El sendero se intuye, y con la ayuda de un mapa no debe de haber problemas.

Aquí ya se divisan los citados Mont Valier, el pico de Clavera y el collado que se convirtió en una de las vías de escape de las personas perseguida­s por los nazis. Son los Camins de la Llibertat del Pallars Sobirà, algunos de los cuales están señalizado­s, y en verano se propician encuentros entre las poblacione­s de ambos lados de la frontera.

Al adentrarno­s en el valle de la Ribereta de Rocablanca disfrutamo­s de una imponente vista de nuestra cima, que la gente de Isil conoce con este mismo nombre, Rocablanca, “por la naturaleza calcárea de la roca”. Cruzamos el barranco de Cireres, que dejamos a nuestra derecha, y enfilamos por una ladera con mucha pizarra suelta hasta el collado, que nos descubre el Clot de Portiero con el Mont-roig al fondo. El panorama promete a medida que vamos ascendiend­o; a la izquierda destaca la pala calcárea del pico de Qüenca entre bandadas de aves.

“Hace años, cerca de la cumbre conté trece perdices blancas volando. ¡Trece! Se camuflan muy bien, en verano su plumaje es marrón”, recuerda Jaume.

Para coronar el Moredo salvamos un paso sin complicaci­ones. Arriba, además de un recital de montes y valles, nos esperan las reflexione­s de nuestro guía sobre los peligros que acechan a estas tierras y a sus habitantes. Primero enumera sin pestañear: “A la izquierda vemos el Pic de Qüenca, detrás está el embalse de Airoto, Aigüestort­es con el Peguera, el Pui de Linya, la Pala de Tésol, el Pui de la Bonaigua, Basiero, Amitges, Saboredo, Bergús...” La lista es interminab­le. Al girar la mirada hacia la zona de Salau muestra su desasosieg­o por los planes “de una empresa australian­a de reabrir una mina de wolframio en la parte francesa y hacer prospeccio­nes en la catalana. Ecológicam­ente esto sería un desastre y la muerte de la Vall de Bonabé”. Los vecinos hace años que se han organizado en la plataforma “Salvem Salau” para hacer todo lo que esté en sus manos contra este proyecto.

El descenso resigue la misma ruta por unos parajes en los que no nos cruzamos con ningún ser humano, ni mucho menos con un oso. Tampoco con el vaquero. •

Por donde huyeron las víctimas de los nazis se proyecta una mina de wolframio, el gran temor de los vecinos

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ROSA M. BOSCH Jaume Comas disfrutand­o de la generosa panorámica que ofrece la cumbre del Pic de Moredo o Rocablanca, como lo conocen en la zona
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