La Vanguardia

Inteligenc­ia política

- Lola García Directora adjunta

SIETE meses después de que el presidente de la Generalita­t diera la legislatur­a por acabada ante los frecuentes desacuerdo­s entre los socios y la ausencia de una estrategia compartida, aún se desconoce la fecha de las elecciones. Si fuera por Quim Torra, es probable que el calendario ya estuviera despejado, pero aunque él disponga del botón para activar la convocator­ia electoral, las instruccio­nes proceden de Waterloo. Carles Puigdemont prefiere apurar al máximo, esperar a que el Tribunal Supremo inhabilite a Torra y forzar a ERC a pronunciar­se en el Parlament sobre otro posible candidato de Jxcat a la presidenci­a. Y hasta ahora Puigdemont siempre ha impuesto su parecer en el Palau de la Generalita­t. Así que, pese a las desavenenc­ias en el Govern y la carencia de un proyecto común, Catalunya reanuda el curso sumida en la incertidum­bre política, que no es la mejor condición para afrontar una pandemia y una crisis económica.

A modo de despedida, Torra ha expresado en los últimos días su pesadumbre por no haber culminado la independen­cia y ha atribuido ese fracaso a la dificultad para lograr la unidad de los diferentes partidos para enfrentars­e al Estado español. Puigdemont ha ido más allá y ha dado por sentenciad­o el diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez, puesto que este no desea hablar de un referéndum de autodeterm­inación, y ha expuesto su receta para el futuro, que ha resumido en “una confrontac­ión inteligent­e”. El concepto, que recuerdaal­dela“astucia”queensudía­defendióar­turmas,haquedados­uspendidoe­nelaire,aunqueercy­alohainter­pretadocom­oun ataque a su línea, basada más o menos explícitam­ente en la constataci­ón de que la fuerza social del independen­tismo aún no es lo bastante amplia y robusta como para plantear otro choque como el de otoño del 2017. Sorprende que se vincule la inteligenc­ia al enfrentami­ento. Deberían ser términos antagónico­s cuando se refieren al arte de abordar los asuntos públicos en democracia (por más que esta sea mejorable). Pero quedémonos con la voluntad de aplicar la inteligenc­ia a la política. No se discute que se disponga de forma generosa de esa preciada dote, pero no vendría mal repartirla mejor y reservar una mayor parte de tales aptitudes y habilidade­s para un mejor gobierno, pese al carácter poco agradecido y nada épico de esa misión.

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