Negar la evidencia
El pasado fin de semana tuvo lugar en la plaza Colón de Madrid una manifestación contra el uso obligatorio de mascarillas, considerado por los convocantes un atentado contra la libertad. Pese al apoyo de algunas figuras populares, como el cantante Miguel Bosé, la manifestación reunió tan solo a alrededor de 2.500 personas. No reflejó, por tanto, el nacimiento de una corriente con apoyo popular apreciable. Pero sí expresó la emergencia de un movimiento que, impulsado por una serie de personajes diversos –profesores de yoga, youtubers, terapeutas alternativos, ultraderechistas o astropsicólogos–, abonados a las teorías de la conspiración y muñidores del potencial de difusión que brindan las redes sociales, trata de contestar con sus caprichosas teorías las evidencias científicas y recaba apoyos entre crédulos e ignorantes.
El negacionismo es un fenómeno definido por la Real Academia Española como el rechazo de una realidad basada en hechos históricos recientes y muy graves, que cuentan con la aceptación general de la sociedad. Hace ya decenios que sufrimos el negacionismo relativo al Holocausto nazi, aventado por algunos autores que, contra toda evidencia, intentan negar el genocidio masivo perpetrado por el régimen de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Parece inexplicable que, con tan abominable precedente, otros se abonen a la frivolidad negacionista. Y, sin embargo, así sucede. Hemos asistido en años recientes al negacionismo de quienes reducen las campañas de vacunación, que tantas vidas salvan y que tan frágiles resultan si se rompe la cadena preventiva solidaria, a una mera maniobra lucrativa de las compañías farmacéuticas. Y asistimos ahora a las campañas de quienes quieren presentar la epidemia de la Covid-19, que se ha cobrado ya casi 800.000 víctimas mortales, como un delirio del sistema. Algo que molestará sin duda, en primer lugar, a quienes han perdido seres queridos a manos del virus. Y que ha de repugnar también a cuantos consideran la ciencia como una herramienta indispensable para propiciar el bienestar y el progreso de nuestra sociedad.
Sin embargo, el negacionismo relacionado con la pandemia se abre camino, patrocinado por una heterogénea asociación de corrientes reaccionarias, defensores de las terapias alternativas, personajes influyentes en las redes sociales y celebridades venidas a menos que tratan de recuperar presencia mediática. Es decir, de agentes contrarios a la ciencia que intentan minar las iniciativas del Estado, enfrentado a un problema sanitario de enorme envergadura. He aquí un intento suicida, un auténtico despropósito, como han tenido ocasión de comprobar en carne propia, de manera lamentable, aquellos países cuyos mandatarios negaron de entrada el peligro de la pandemia.
El negacionismo, que antes rechazó el Holocausto o las vacunas, mina ahora la lucha contra la pandemia