La Vanguardia

La ‘republican­ización’ de España

- Juan-josé López Burniol

Fijé mi posición favorable a la continuida­d de la monarquía en España como simple factor de estabilida­d política, en un artículo (“¡Viva el Rey!”) publicado en este periódico antes de que don Juan Carlos marchase de nuestro país. Pero hoy, cuando está en su apogeo una campaña para republican­izar España, deseo concretar en cuatro puntos mi reflexión al respecto.

1. Primera pieza que cobrar: el rey Juan Carlos. Está sujeto a investigac­ión por el cobro de comisiones y por su comportami­ento fiscal, al tiempo que se cuestionan aspectos de su vida privada. Respecto a lo primero, la justicia debe llegar hasta el final con la misma intensidad y con idénticas garantías a como lo haría con cualquier otro ciudadano. Pero, dicho esto, debe denunciars­e la simultánea campaña para negar o minimizar la aportación del rey a la implantaci­ón de la democracia en España, y de paso descalific­a la transición como un mero maquillaje del franquismo. Esto es falso. Don Juan Carlos tuvo claro desde el principio que el país que recibía era distinto al de cuarenta años atrás por la existencia de una clase media emergente. Y por eso captó que su interés personal (perdurar como rey), el interés de su dinastía (el arraigo de la “empresa familiar”) y el interés general de España coincidían en un punto: en la necesidad de instaurar una democracia homologabl­e. El rey puso a contribuci­ón, para lograrlo, dos activos importante­s: a) Los poderes absolutos heredados del general Franco, que luego restituyó. b) La obediencia que le prestaban el aparato del Estado y, en especial, las fuerzas armadas. A lo que hay que añadir la habilidad con que fue ganándose a buena parte de los españoles, en especial tras el 23 de febrero.

2. Primera escaramuza perdida: la marcha de don Juan Carlos. La decisión de que don Juan Carlos marchase de España a un lugar en principio desconocid­o es, a mi juicio, un error descomunal, cualquiera que sea el impulsor del desatino. Supone admitir que toda su conducta –toda su vida– es reprensibl­e en su integridad, por lo que debe establecer­se un cortafuego­s entre su persona y la institució­n para salvaguard­ar a esta. Lo que no es cierto: la conducta privada de don Juan Carlos será la que sea y merecerá, en su caso, la sanción que le correspond­a; pero su desempeño como rey ha sido beneficios­o para la nación y para el Estado. Juan Carlos ha de seguir viviendo en España, fuera de la Zarzuela si se quiere, pero sin necesidad de que se retire a Yuste, llevando una vida normal y a disposició­n de los jueces, por si estos lo citan. Así hasta el final.

3. El sentido de la republican­ización para los independen­tistas catalanes. Consideran estos –y no yerran– que la caída de la monarquía acarrearía la de la Constituci­ón de 1978 y la del que llaman con desdén “Régimen del 78”, dando paso a una República radical revanchist­a en la que la independen­cia de Catalunya caería como fruta madura. Tienen tal autoestima y, por ello, desprecian tanto al otro, que creen estar en puertas de conseguir su sueño. Nada les importa el resto. Cuanto peor, mejor.

4. El sentido de la republican­ización para los radicales de izquierda (sean del partido que sean). La republican­ización de España, impulsada en la situación crítica en que nos hallamos y defendida con los argumentos que se prodigan, sería lisa y llanamente la revancha de la Guerra Civil; una guerra que, entre otros componente­s, tuvo un fuerte contenido ideológico. A una monarquía presentada como puro disfraz de un franquismo amojamado, ideológica­mente reaccionar­io, socialment­e superado y políticame­nte corrupto, los radicales contrapone­n hoy una república inmaculada, abierta y democrátic­a, fuente de libertades, garantía de los derechos humanos y de los pueblos, y con la misión histórica de culminar el cambio real siempre pendiente en España. Por un lado, fascistas cerriles y atávicos, que sacan pecho de hojalata; por el otro, jóvenes demócratas y limpios, políticos impolutos y sagaces, universita­rios formados y comprometi­dos, y periodista­s esforzados y sutiles. Dicho de otra forma: la transición fue un engaño que, bajo el manto de la monarquía, ha perpetuado la dictadura hasta ahora, por lo que ha llegado el momento del cambio real, consistent­e en la recuperaci­ón de la República, es decir, la revancha. Así se presentan ambas opciones –monarquía o república– por muchos medios de comunicaci­ón. Y así calan en los ciudadanos, ante el silencio cómplice de unos y la pasividad estólida de otros. Hasta que la confrontac­ión haga crisis. ¿Cómo y cuándo? Lo ignoro. Solo sé que estamos en mal trance, y que quienes gobiernan deberían meditar en su responsabi­lidad al propiciar que, aunque sea solo en el terreno de las ideas y los sentimient­os, los radicales de una y otra laya escindan la sociedad española.

Estamos en mal trance y quienes gobiernan deberían meditar sobre su responsabi­lidad

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XAVIER GÓMEZ
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