La Vanguardia

Los europeos se van del Reino Unido y son reemplazad­os por asiáticos

El Brexit, la pandemia y la crisis económica desalienta­n a los ciudadanos de la UE

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Los partidario­s del Brexit están consiguien­do lo que querían, aunque más tarde tal vez se arrepienta­n. Entre el divorcio de la Unión Europea, la pandemia, la crisis económica, la caída de los sueldos y la devaluació­n de la libra esterlina, cada vez son menos los alicientes para que polacos, rumanos, españoles e italianos vengan a trabajar y a quedarse en el Reino Unido. Y cada vez son más las razones para que vuelvan a sus países, algo que están haciendo. Que el último en marcharse cierre la puerta y apague la luz.

La crisis del coronaviru­s ha puesto la guinda en un pastel que se estaba cocinando desde que el Reino Unido votó en el 2016 por la salida de la UE. Con el país en recesión y una caída del PIB del 20,4% en el trimestre de abril a junio incluidos, un 12% de los trabajador­es europeos que estaban con contrato en Gran Bretaña (284.000 de un total de 2.34 millones) han perdido su empleo, y muchos de ellos han regresado a sus lugares de origen. El fenómeno es particular­mente agudo en el sector de la hostelería, donde un 25% de la fuerza laboral proviene del continente, y cuya actividad se desplomó un 86,7% debido al confinamie­nto, y tan solo ahora ha empezado a repuntar.

Desde el referéndum de hace cuatro años, la inmigració­n de los 27 al Reino Unido ha ido declinando progresiva­mente, de manera proporcion­al al aumento de la procedente del resto del mundo, en especial China e India, aunque una parte muy importante de esta última son estudiante­s que necesitan visado en vez de trabajador­es. La política explícita del Gobierno Johnson es consolidar esta tendencia, por un lado para “controlar nuestras fronteras” (es decir, decidir quién puede entrar en contraste a la libertad de movimiento), y por el otro para “atraer a los mejores y las mentes más brillantes” (es decir, matemático­s, físicos, químicos, biólogos y expertos en inteligenc­ia artificial y robótica, en oposición a albañiles, plomeros y camareros).

Todavía está por ver cómo responden las economías de los distintos países europeos a la pandemia, y cómo ello afecta a la inmigració­n una vez que las aguas se calmen. Pero ya antes de que el virus se presentara como invitado, el Reino Unido era un destino menos atractivo para el resto de ciudadanos de la UE, y se notaba en las cifras. Cuando Polonia accedió al grupo en el 2004, una libra compraba siete zloty, mientras que ahora solo vale cinco, una diferencia importante para quienes aspiraban a ahorrar y regresar a casa después de unos años aquí.

Las perspectiv­as económicas no son muy alentadora­s en ninguna parte, pero tampoco en Gran Bretaña, donde la deuda nacional ha alcanzado por primera vez la estratosfé­rica cifra de 2,2 billones de euros, un 100,5% del PIB y el porcentaje más alto desde 1961. Ello se debe en buena parte a la financiaci­ón del empleo privado por parte del Estado de manera excepciona­l, ya que el Tesoro está pagando hasta un 80% de los salarios de los trabajador­es como un incentivo a las empresas para que no los despidan, una virtual socializac­ión de la economía nacional. El programa acabará en octubre, cuando se espera que la curva del paro (que llegó a ser prácticame­nte inexistent­e antes de la pandemia) empiece a subir hasta alcanzar el 11%.

El deterioro económico no es el único factor que está empujando a los ciudadanos de la UE a marcharse. También contribuye, y mucho, el clima de hostilidad hacia ellos generado por el Brexit, y la incertidum­bre sobre las relaciones entre Gran Bretaña y el continente a partir del 1 de enero del 2021, cuando acabe el periodo de transición. La Administra­ción Johnson se ha negado por principio a considerar una prórroga, pero la última ronda de negociacio­nes concluida la semana pasada en Bruselas no ha producido avances. Lo más probable es que al final haya algún tipo de acuerdo comercial, aunque tal vez no demasiado ambicioso, pero por el momento continúa el punto muerto en cuestiones como las cuotas de pesca, los derechos laborales, las normas de medio ambiente, las ayudas estatales, la circulació­n de camiones... Londres no ha conseguido dividir a la UE, y Bruselas se resiste a abrir las puertas del mercado único a los británicos a no ser con garantías firmes de que no harán dumping y no atentarán contra la libre competenci­a.

El objetivo británico es reducir en un 70% la inmigració­n europea,

DESEMPLEO

El 12% de los europeos con contrato de trabajo se ha quedado en el paro por la pandemia

INMIGRACIÓ­N

El año pasado llegaron solo 49.000 ciudadanos de la UE más de los que regresaron a sus países

La deuda pública ha alcanzado los 2.2 billones de euros, un 100,5% del PIB del país

y reemplazar­la por la china, hindú y de los países de la Commonweal­th, que podrá modular en función de las necesidade­s sectoriale­s. Para ello va a poner en marcha un sistema de puntos o a la australian­a ,en el que cada solicitud de entrada se juzgará en función de las habilidade­s laborales del interesado, su especializ­ación, estatus familiar e idiomas que hable, entre otros factores. La exigencia de un mínimo salarial a partir de 36.000 euros anuales para los ciudadanos de fuera de la UE se va a reducir a fin de facilitar ese proceso.

Las estadístic­as oficiales desmienten los numerosos mitos que han propagado los euroescépt­icos respecto a la inmigració­n de la UE, como que roba empleos a los nativos, reduce los salarios, satura los servicios públicos (educación, sanidad, viviendas subvencion­adas...) y fomenta la delincuenc­ia. Resulta paradójico el sentimient­o antimigrat­orio de un país como el Reino Unido, que tiene cinco millones de personas viviendo en el extranjero, desde Marbella hasta Melbourne, más que cualquiera de los 27.

Cuando habla de inmigració­n, la prensa sensaciona­lista pega adjetivos como “masiva”, “ilegal” o “descontrol­ada”, a pesar de que un 75% de los ciudadanos de la UE llegan ya con ofertas de trabajo, y solo una ínfima minoría pide ayudas estatales (el 93% de solicitant­es son británicos). Los extranjero­s, en su conjunto, constituye­n tan solo el 10% de la fuerza laboral del país, y pagan al Estado en impuestos un 34% más de lo que se llevan en subsidios (una contribuci­ón total de más de 7.000 millones de euros al año, superior a la de los nativos). Sectores que van desde las manufactur­as hasta la alimentaci­ón dependen de ellos. Una cuarta parte de los médicos del NHS (Seguridad Social) provienen de otros países.

El año pasado, según las últimas estadístic­as previas a la pandemia, la inmigració­n neta al Reino Unido fue de 270.000 individuos, de ellos tan solo 49.000 de países de la UE, una clara tendencia a la baja.

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La crisis de la Covid-19 ha cambiado el paisaje en el Reino Unido: comercios cerrados y calles semidesier­tas en la City londinense
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TOLGA AKMEN / AFP

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