La sistemática Montenegro

El independentismo unilateralista catalán nunca habla de Montenegro, su historia reciente niega el eslogan de la “confrontación inteligente”, la última ocurrencia para evitar hacer autocrítica de los hechos del otoño del 2017. Ahora dicen que la preparación tiene que ser “más grande” que hace unos años, que es una manera perifrástica de decir que las cosas no estaban preparadas para declarar la independencia en octubre del 2017. Tristemente, nunca jugaron en primera división, nunca apostaron consistentemente. Justo lo que hizo Montenegro en el camino que los llevó al referéndum acordado en mayo del 2006 que dio luz a la última independencia que ha vivido Europa. Escocia votó posteriormente en un referéndum acordado en el 2014 pero la mayoría se inclinó por el no.

Montenegro celebra elecciones parlamentarias el 30 de agosto y todavía resuenan los argumentos que polarizaron el país en el referéndum de hace catorce años. Este pequeño país exhibe con orgullo ser el único trozo de tierra de los Balcanes que nunca fue dominado por el imperio otomano. En la lucha contra los turcos recibieron la ayuda del imperio ruso pero sus relaciones políticas y comerciales privilegiaron históricamente los vínculos con la República de Venecia y con el imperio austrohúngaro. En el referéndum del 2006 se averiguó esta fidelidad partida que atraviesa el país: los que votaron no querían mantener el vínculo con Serbia, el gran pívot ruso en los Balcanes; los que votaron sí acariciaban los beneficios de la independencia y la afiliación a la comunidad occidental. La polarización no acabó en el 2006. Montenegro ingresa en la OTAN en el 2017 pero fueron durísimas las presiones para intentar evitarlo. Uno de los baluartes más fuertes del sentimiento antieuropeísta y prorruso en Montenegro es la Iglesia cristiana ortodoxa de Serbia, que mantiene desde 1918 bajo su control casi todos los templos ortodoxos y la mayoría de feligreses, el gran partido de oposición.

A pesar de las adversidades, los políticos pro-occidentales del Partido Democrático Socialista han ido consiguiendo todos sus objetivos. Miodrag Vlahovic era el ministro de asuntos exteriores en tiempo del referéndum: “Practicamos una paciencia radical, aceptamos posponer el referéndum del 2002 al 2006 y conseguimos hilo directo con las capitales de nuestros aliados. Nada habría sido posible sin estos teléfonos abiertos”. Se puede decir que hay una sistemática en la política del país que facilita cumplir los objetivos marcados. Ahora como Estado candidato a la UE que le permite recibir fondos y participar de los principales programas europeos. Una de las primeras decisiones originales y acertadas se remonta a 1999, cuando adoptan unilateralmente el marco alemán como moneda del país y desde el 2002 el euro con el visto bueno del Banco Central Europeo. El próximo domingo el partido en el gobierno tiene muchas opciones, según los estudios de opinión, de revalidar la mayoría parlamentaria con el apoyo de los partidos de las minorías albanesas, croatas y bosnias. Es una buena noticia que deja los partidos antieuropeos en la oposición, revalida el sentido del resultado del referéndum de hace catorce años y apaga las voces que desde el Adriático miran a Moscú. Una trayectoria coherente desplegada en unos veinte años. Una sistemática.

Mientras tanto, la política catalana ha vivido un proceso lamentable de infantilización en la que los líderes políticos no han explicado los costes de los retos planteados. Ni resistencia gandhiana ni colección de camisetas del 11 de septiembre. Una solución política para los políticos presos y el retorno a la política como antídoto a la antipolítica que nos ha descarrilado los últimos años. Y un teléfono abierto con la realidad y el mundo más dinámico en estos tiempos de crisis sanitaria y económica.

Pese a las adversidades, los políticos pro occidentales del PDS han conseguido todos sus objetivos