La Vanguardia

El ruiseñor de Harper Lee

- Pilar Rahola

Lo primero que cabe decir al hablar de la mítica novela Matar a un ruiseñor es que la autora nunca habló de ruiseñores. El título no hace referencia al nightingal­e, que es la palabra inglesa de este pájaro cantor, sino al mockingbir­d, una pequeña ave americana que es capaz de imitar los sonidos próximos de otros animales o, incluso, el ruido de las máquinas. En catalán no hay un nombre preciso, a excepción del término latino, Mimus polyglotto­s, en referencia a su habilidad imitativa. En castellano se llama sinsonte. Se trata de un pájaro común, sin canto propio ni colores vivos, y es esta caracterís­tica, su insignific­ancia, la que da sentido a la expresión repetida al principio y final del libro: es un pecado matar un mockingbir­d, porque la vida no se debe quitar aunque sea insignific­ante.

Probableme­nte muchas personas conocen la historia del abogado Atticus Finch, defensor de Tom Robinson, un hombre negro acusado de la violación de una niña blanca, no por la novela de 1960, sino por la exitosa película de 1962 que protagoniz­ó Gregory Peck, y que obtuvo tres Oscars. Fue en Matar a un ruiseñor donde apareció por primera vez el actor Robert Duvall, que interpreta al loco Boo. El American Film Institute la considera una de las cien mejores películas, y al personaje de Atticus, como el mejor héroe racial del cine. Pero lo que ha sido un auténtico éxito es la novela original, ganadora del Pulitzer y convertida en un clásico del siglo XX. Desde la publicació­n no se ha dejado de imprimir, ha vendido 30 millones de ejemplares y se ha traducido a 40 idiomas. Su impacto la ha convertido en un libro muy leído en las escuelas, y en una encuesta de la Biblioteca del Congreso, se la consideró “el libro más citado para marcar la diferencia”, solo superado por la Biblia. La crítica la etiquetó pronto como una Bildungsro­man, una novela de iniciación, y la situó en el género de las novelas góticas del sur. Con ella, Harper Lee inició, culminó y acabó su carrera literaria, autora de una única novela, aunque en el 2015 se publicó Go set a watchman (Ve y pon un centinela), el primer borrador de Matar a un ruiseñor, que nunca había sido editado.

Nacida en 1926 en Monroevill­e (Alabama), Harper Lee murió en el 2016 sin escribir ninguna otra novela, ni conceder ninguna entrevista, en un proceso de aislamient­o parecido al de su coetáneo Salinger. Solo aceptó un acto público, cuando el presidente George W. Bush le otorgó en la Casa Blanca, en el 2007, la medalla presidenci­al de la Libertad. La historia parte de experienci­as autobiográ­ficas de Lee en la Alabama de los años treinta, dominada por los prejuicios raciales, la rigidez de los códigos familiares y un sistema judicial pernicioso para los ciudadanos negros. La figura de Atticus se basa en el padre de la autora, Amasa Coleman Lee, también abogado y defensor en 1919 de dos negros acusados de asesinato, y condenados a la mutilación y a la horca. La figura de Scout, la hija de Atticus, narradora del relato y el personaje que más crece en toda la novela, se inspira en la misma Harper, y Dill, el amigo de Scout y de su hermano Jem, está basado en el amigo de infancia Truman Streckfus Persons, el famoso Truman Capote. Con ella, Capote viajó por Kansas para investigar unos asesinatos en serie que serían la base del libro A sangre fría. En su novela Otras voces, otros ámbitos, publicada en 1948, el personaje de Idabel se basa en Harper Lee.

Sin duda, Matar a un ruiseñor es un gran clamor contra el racismo y a favor de una sociedad igualitari­a, en pleno corazón del sur racista. Cabe recordar que en 1962, dos años después de la publicació­n, James Meredith fue el primer estudiante negro de la Universida­d de Misisipi y el gobernador del estado intentó impedir su ingreso y encabezó manifestac­iones racistas. Aparte del racismo, el libro también explora la integridad, el paso de la infancia a la madurez e incluso la segregació­n que sufren los enfermos mentales, ejemplariz­ado en el extraordin­ario personaje del vecino Boo Radley, el hombre que no sale de casa y deja regalos para los niños en la cepa de un árbol. El estilo es sencillo y visual, hasta el punto de que la revista Time dijo que la novela tenía un “brillo táctil”, y hay que destacar un agudo sentido del humor, sorprenden­te en un relato trágico. Lo que es indiscutib­le es que, sesenta años después, sigue siendo una novela moderna, tanto por el estilo como, desgraciad­amente, por la temática.

Finalmente, una apostilla surrealist­a: aunque está considerad­a como la gran obra contra el racismo, a raíz de la muerte de Georges Floyd y del movimiento Black Lives Matter, algunas escuelas han pedido su censura por “racista”, porque Lee usa el término despectivo nigger, propio de la época del libro... Lo dijo Einstein y es palabra de sabio: dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez.

‘Matar a un ruiseñor’ es un gran clamor contra el racismo y a favor de una sociedad igualitari­a

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