La Vanguardia

Un ‘boomer’ con auriculare­s

- Sergi Pàmies

Acaba la programaci­ón de radio de verano. Por lógica demográfic­a van llegando a la antena radiofonis­tas hijos de la era Google. Son jóvenes y a veces presumen de ello (sobre todo en las emisoras en catalán) como si excluyeran a otras generacion­es de oyentes. Eso, sin embargo, les da acceso a una respuesta inmediata que, a falta de salarios más dignos, alimenta su autoestima. Una palabra que les encanta: boomer. Debe pronunciar­se con la petulancia fonética de una generación que creció con los Teletubbie­s y que, quizá por eso, tiende a abrazarse a sí misma, a veces hasta la asfixia.

Entre los nuevos tópicos destaca la importació­n del concepto guilty pleasure. Se experiment­a poco desde el estudio porque es más barato y fácil dejarse fagocitar por las redes sociales. Poned la radio y esperad a que suene la palabra Twitter: tres, dos, uno, ya. Como los radiofonis­tas son un colectivo muy conectado a las redes, no se les ocurre que miles de oyentes deseen escuchar un programa sin sentirse externaliz­ados. En cuanto a los contenidos, al margen de la informació­n, tratada con el músculo vibrante propio de la radio (y de las inevitable­s listas de mejores patatas bravas), se nota una mayor inquietud medioambie­ntal y se habla con más convicción de racismo, feminismo e inmigració­n que de política o economía (reservadas, supongo, a boomers, viejunos, pollavieja­s y otros trastos). A muchos colaborado­res se les encasilla en un registro informal y humorístic­o que puede sabotearlo­s. Resultado: cuando das con un programa convencion­al o clásico en la forma, alucinas.

Y si los adictos a la EGB lograron que la nostalgia ochentera durara treinta años, la neonostalg­ia propone una horquilla espacio-tiempo que empieza con el Aserejé. En la antena el clima es de franquicia y sumisión a la respuesta inmediata. Una respuesta que va contra la libertad radiofónic­a: la opinión de un robot vale más que la de un director de programas. Esta libertad, que sobrevive intermiten­temente en el dial, está siendo devorada por un criterio (?) que potencia el ego y la histeria y que pone la radio al servicio de una falsa inmediatez. Una inmediatez que, en nombre del omnipresen­te “estaremos muy pendientes”, despilfarr­a enormes márgenes de creativida­d e intimidad compartida. Pese a todo, la radio sigue siendo un fiel animal de compañía y te regala sorpresas como el Viva l’italia de David Guzmán (Catalunya Ràdio). La idea es simple: poner canciones italianas, explicar el contexto y no babear repitiendo la palabra playlist hasta la náusea.

Entre los nuevos tópicos destaca el concepto ‘guilty pleasure’

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