La Vanguardia

El capazo de la alpargater­a

La alpargater­ía Calçats Reixach de Banyoles no ha vuelto a abrir desde aquella fría noche del 18 de diciembre del 2011 que la dueña, Concepció, fue salvajemen­te asesinada

- Mayka Navarro Barcelona

Los Mossos d’esquadra del grupo de homicidios de Girona llegaron a la alpargater­ía Calçats Reixach de Banyoles de una guardia intensa de 24 horas en la que habían resuelto un crimen en una discoteca latina de Figueres. No tuvieron tanta suerte.

Concepció Reixach, de 53 años, había abierto la tienda ese domingo de diciembre que estaba autorizado al acercarse las fiestas de Navidad. Hacía muchísimo frío en la calle y Banyoles estaba desierta. Por la mañana las ventas no habían ido mal, pero por la tarde, cuando habló por teléfono con su marido sobre las seis, le contó que estaba la cosa floja y que ya cerraría sola y regresaría a casa. Sin enemigos, quien fuera accedió con la intención de robar y de hecho se llevó la recaudació­n, unos 200 euros, y un par de cartillas bancarias. El mostrador había sido desordenad­o. Nueve años después, los investigad­ores siguen desconcert­ados ante la violencia salvaje que el asesino empleó contra la mujer. El ladrón la debió sorprender con la puerta que conducía hasta el sótano abierta. No se encontraro­n signos de lucha, ni siquiera de resistenci­a. Pero la mujer fue apuñalada con saña, principalm­ente en la cara, para recibir después un profundo corte en el cuello. La debió de empujar hasta la entrada del foso, donde apareció sobre un gran charco de sangre.

Tal fue la saña que los investigad­ores llegaron a mirar con atención el entorno familiar de la víctima, y más después de descubrir en sus diarios de anotacione­s que la mujer había tenido una riña reciente con uno de sus dos hijos.

Aquella noche, los Mossos bloquearon el centro de Banyoles y lograron con el apagado del alumbrado público reconstrui­r el recorrido del asesino a partir de las huellas con restos de sangre que dejó en la huida. El rastro rojo se perdía en una zona verde, pero señalaba entre otros inmuebles una casa ocupada del número 44 de la calle Muralla.

Ni el escenario del crimen ni el cuerpo de Concepció en la mesa del forense dieron ni una sola pista sobre su asesino. Ni un solo vestigio para cotejar con los sospechoso­s de su muerte. Había tanta sangre en la tienda que es probable que las huellas del criminal quedaran ocultas para siempre.

En la casa ocupada tres de sus inquilinos contaron después como la noche del asesinato el cuarto de los habitantes, Farid Jebbam, alias El Pepe, llegó con manchas de sangre y desapareci­ó. Recordaron como un par de días antes les pidió un cuchillo porque quería “dar un palo” para conseguir dinero y regresar con su hermano que vivía en Ciutat Vella.

El sospechoso tenía antecedent­es por tráfico de drogas y a los investigad­ores no les costó conseguir la autorizaci­ón para intervenir­le el teléfono. El suyo y el de sus colegas de la casa. Descubrier­on que había logrado llegar a casa de su hermano en Barcelona, y salvo la llamada de un colega aconsejánd­ole que fuera a los Mossos a contar su versión del crimen de la zapatera, no dijo nada más del asunto. Sin pruebas, pero si múltiples indicios alrededor del sospechoso el caso no avanzó.

Seis meses después de su salida de Banyoles, El Pepe se suicidó colgándose de una viga de la casa de su hermano. Los Mossos inspeccion­aron el piso meses después y tampoco encontraro­n nada que lo vinculara con el crimen. El grupo de homicidios de Girona sigue al frente de la investigac­ión. Todas los hilos que han movido hasta ahora señalan a Farid Jebbam como el autor. Por el momento, parece imposible probarlo.

Farid Jebbam, el principal sospechoso del asesinato, se suicidó seis meses después en Barcelona

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PERE DURAN / NORD MEDIA
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