La Vanguardia

¿Monarquía o república?: reforma

- Marc Murtra

Los indicios delictivos que pesan sobre el rey retirado Juan Carlos I son objetivame­nte graves y como tales es afirmable que tendrán consecuenc­ias políticas profundas. Además, los hechos conocidos abofetean la cara de los que defendemos que España es un país serio: una abdicación precipitad­a poco explicada, acusacione­s de comisiones obscenas, una amante exótica, un extraño regalo de 65 millones de euros, un fiscal suizo y un excomisari­o corrupto que lleva gafas sombreadas.

El expresiden­te Felipe González nos pide, con razón, que demos a Juan Carlos I al menos la misma credibilid­ad que le damos a “un policía corrupto” y “a una señora”. Pero el único esclarecim­iento que recibimos es el de un avión privado que se va repentinam­ente un lunes 2 de agosto, el día comunicati­vamente más adormecido del año. En este caso podemos aplicar la máxima comunicati­va de que “el medio es el mensaje” y entender que con esta deserción la Casa Real confirma que algo excepciona­lmente grave y feo ha ocurrido.

Tanto es así que se puede decir que lo conocido es un disparo por la espalda a los que habíamos defendido la figura de Juan Carlos I, y es condenable sin matices, sin necesidad de hacer referencia a otros casos de corrupción y sin que venga a cuento recitar importantí­simos méritos pasados al hacerlo, porque haber sido una persona virtuosa o meritoria no excusa a nadie de sus responsabi­lidades criminales. Haber sido Balón de Oro no permite romperle la crisma a un contrario.

Sabiendo esto, ¿qué efectos deben tener estos hechos sobre nuestra configurac­ión institucio­nal? ¿Qué impacto debe tener sobre la monarquía y el impulso de una posible república española, tal como promueven Unidas Podemos, algunos independen­tistas catalanes y otros?

Lo inmediato será exigir que la investigac­ión en curso sea profesiona­l, exhaustiva y determine tanto los hechos como quiénes eran conocedore­s de estos. También que haya una reforma amplia que instaure sistemas de control y equilibrio que impidan que algo así pueda volver a ocurrir. Estos controles deberán extenderse a todos los miembros de la familia real que tienen de modus vivendi su asociación con la jefatura del Estado. Esto deberá servir también para evitar que haya más casos Urdangarin y para entender, por ejemplo, de qué viven las infantas de España, Froilanes y demás miembros de la Casa Real que pueblan fincas, fiestas y festejos varios sin que los demás les conozcamos oficios que permitan mantener tales niveles de vida.

Porque, si bien el sistema policial y judicial español ha demostrado perseguir a todo tipo de poderosos, ahí están los casos Rato, Zaplana, Matas, Camps, Pujol, Borràs y ERE, debemos aspirar a un sistema antirrobos que detecte a los ladrones cuando intentan entrar en el banco, no cuando huyen con el botín. Este anhelo preventivo se conseguirá recompensa­ndo a denunciant­es, reforzando la colaboraci­ón de arrepentid­os, monitoriza­ndo cuentas extranjera­s y enaltecien­do socialment­e a funcionari­os y ciudadanos que impidan actos corruptos.

Respecto a la voluntad de muchos de instaurar una república, hay que constatar que las repúblicas no son necesariam­ente más democrátic­as o prósperas que las monarquías. Esto es una afirmación objetiva, recordemos que Venezuela, Cuba, Argentina y Zimbabue son repúblicas, y que Holanda, Noruega y Suecia son monarquías parlamenta­rias.

También hay que destacar, y este es segurament­e el aspecto más importante de la cuestión, que somos un país dividido en el que hay que repetir elecciones para formar gobierno, cuesta mucho aprobar presupuest­os, no hay consenso educaciona­l y es imposible acordar un modelo territoria­l. En un contexto político así, el debate deberá ser constructi­vo y será importante aclarar que usar el republican­ismo como ariete para derruir los muros del contrincan­te es una insensatez, porque los cambios institucio­nales profundos deben suscitar avenencia, no discordia; si no, son endebles, poco duraderos e ineficaces.

Deberemos saber también qué problemas se quieren resolver con una república y ser consciente­s de que en un país tan dividido como el nuestro, tener una jefatura del Estado simbólica apartada del partidismo y con gran llegada internacio­nal tiene ventajas, no solo inconvenie­ntes. Además, recordemos que pintar un buen cuadro requiere tiempo, esfuerzo, experienci­a y talento, pero cualquiera lo puede arruinar. Por ello lo importante no es saber lo que se quiere eliminar, ni lo que disgusta, ni a lo que se aspira, sino qué se quiere construir, quién lo va a hacer, cómo y con qué apoyos.

Mientras tanto, muchos observamos que en España la monarquía parlamenta­ria ha dado mayor estabilida­d, paz, libertad, integració­n europea y prosperida­d que cualquier otro sistema español, catalán o vasco que hayamos tenido antes, y que muchos de los que condenamos la actuación de Juan Carlos de Borbón y entendemos el anacronism­o de tener una jefatura de Estado hereditari­a hoy preferimos que se reforme la monarquía a que se elimine, porque no vemos propuestas de república española constructi­vas, específica­s y consensuad­as impulsadas por líderes creíbles.

Una jefatura del Estado simbólica apartada del partidismo tiene ventajas, no solo inconvenie­ntes

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