La Vanguardia

Cómo nos harías falta ahora, Pepe...

- Núria Escur

Si Rubianes viviera, hoy celebraría su cumpleaños. Setenta y tres, creo.

Sacaría su pistola de ironía y con el harto Messi, el fugado emérito y los rastreador­es militares montaría una fiesta de ruletas rusas que sería la hostia y dispararía contra el barbecho corrupto, que es mucho.

Cómo nos haría falta ahora este hombre, pienso, que no hay manera de reír con nada. El galaicocat­alán (“galaico porque nací en Galicia, aunque casi nunca he vivido allí, y catalán porque siempre he vivido en Cataluña, aunque nunca nací aquí”) era sanador. Conservo un álbum con fotos de un Rubianes jovencito en un grupo de teatro universita­rio. Pepe se licenció en Filosofía. Como todo buen humorista...

Todos cuantos nos curarían hoy con su humor de latigazo, más árido que balsámico, el club de los irreverent­es y los tiernos –Sardà, Marsé, Rubianes–, parece que se han apresurado a dejarnos solos. Qué jugada.

El mundo se divide en dos: los que se ríen por nada y los que no encuentran muchos motivos para la risa. A veces envidio a los primeros. Les basta con un capítulo de La que se avecina o una barbacoa. Una película de esas que se supone que te doblegarán bajo el sofá con las costillas rotas por la carcajada y que a algunos, básicament­e, nos avergüenza­n. Por el contrario, el cenizo es aquel que quieres que se calle mientras piensas cuánta razón tiene.

Intento recordar la última vez que me reí a mandíbula batiente (así lo decíamos antes ¿verdad, mis queridos boomers?). Fue este verano, entrado agosto, pueblecito del Empordà. Cinco colegas y un calor de órdago en una casita de muros anchos. Creo que intentábam­os hacer una tortilla de calabacín a seis manos; dimos más órdenes y contraórde­nes que el Gobierno de Sánchez.

Hasta que se nos metió un tipo simpático por la ventana del comedor para explicarno­s que allí recaló Duchamp (busquen La Muga Caula) y nos habló de sus pozas, hoy protegidas, los del pueblo no pían dónde están… Nos reímos, lo reconozco, de cosas simples. No apareció Schopenhau­er en ninguna conversaci­ón y lo agradezco infinitame­nte.

Para compensarl­o descubrimo­s en la puerta una inscripció­n: “Aquí pasó sus últimos días Edward Hugh”. El economista galés predijo la crisis de la eurozona y aprendió catalán.

Cosas del karma. De pequeñas llorábamos a las dos abuelas del banco (el de madera). Lina, de Jaén: “¡De todo se sale, niña!”. Àngels, catalana: “Qui dia passa any empeny!”. Décadas tardé en entender que decían lo mismo… Remontarem­os. Y, si no, que lean a Lucia Berlin. ¿Verdad, Pepe? ¡Va por ti!

El club de los irreverent­es y

los tiernos parece que se ha apresurado a dejarnos solos

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